El Placer verdadero no se respira en la ciudad,
ni en los templos donde el Arte habita,
tampoco en palacios y torres donde
la voz de la grandeza se agita.
No. Busca dónde la alta naturaleza sostiene
su corte entre majestuosas arboledas,
donde ella desata todas sus riquezas,
moviéndose en fresca belleza;
dónde miles de aves con las más dulces voces,
dónde brama la salvaje tormenta
y miles de arroyos se deslizan suaves,
allí se forma su concierto poderoso.
Ve hacia donde el bosque envuelto sueña,
bañado por la pálida luz de la luna,
hacia la bóveda de ramas que acunan
los sonidos huecos de la noche.
Ve hacia donde el inspirado ruiseñor
arranca vibraciones con su canción,
hasta que todo el solitario y quieto valle
suene como una sinfonía circular.
Ve, siéntate en una saliente de la montaña
y mira el mundo a tu alrededor;
las colinas y las hondonadas,
el sonido de las quebradas,
el lejano horizonte atado.
Luego mira el amplio cielo sobre tu cabeza,
la inmóvil, profunda bóveda de azul,
el sol que arroja sus rayos dorados,
las nubes como perlas de azur.
Y mientras tu mirada se pose en esta vasta escena
tus pensamientos ciertamente viajarán lejos,
aunque ignotos años deberían atravesar entre
los veloces y fugaces momentos del Tiempo.
Hacia la edad dónde la Tierra era joven,
cuando los padres, grises y viejos,
alabaron a su Dios con una canción,
escuchando en silencio su misericordia.
Los verás con sus barbas de nieve,
con ropas de amplias formas,
sus vidas pacíficas, flotando gentilmente,
rara vez sintieron la pasión de la tormenta.
Luego un tranquilo, solemne placer penetrará
en lo más íntimo de tu mente;
en esa delicada aura tu espíritu sentirá
una nueva y silenciosa suavidad.
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