domingo, 28 de agosto de 2011

UNA NUEVA VIDA. 16ª Parte: Una Boda Perfecta.




Los alumnos disfrutaban con sus estudios, siempre he pensado que si disfrutas con la lección aprenderás mucho mejor, y lo mejor es que todos estaban felices, tanto los alumnos como los profesores. Habíamos elegido muy bien a este grupo de profesores, disfrutaban mucho de su trabajo, y los alumnos parecían estar muy contentos con el profesorado, y eso era muy buena cosa, para el rendimiento de los estudiantes.
No solo era estudiar, también había tiempo para disfrutar, para pasear por los jardines, para sus juegos infantiles, para ir a merendar al río, montar a caballo,... Algunos alumnos, sobretodo los que vivían relativamente cerca, en los pueblos vecinos, solían volver a sus casas los fines de semana. Pero los que vivían mucho más lejos, se quedaban en el Colegio, y siempre era bueno para ellos, el realizar actividades al aire libre, para relajarse y conectar un poco de tanto estudio, y los profesores, eran de mucha ayuda, a ellos también le gustaban estas actividades.
Ya era toda una tradición que en los fines de semana, celebráramos una gran merienda en los jardines, y era habitual que algunos padres visitasen a sus hijos durante los fines de semana, quedándose estos algunas veces a dormir en los dormitorios del Colegio durante sus visitas. De esta manera los padres podían comprobar que sus hijos estaban muy bien en el Colegio.
También era una costumbre que de vez en cuando, más o menos cada dos o tres meses, solíamos tener jornadas de puertas abiertas, en las que los propios alumnos solían hacer algún concierto, o interpretar obras teatrales. Todo el mundo podía asistir a estos acontecimientos, sin importar la edad, el género, o su estatus social. Y cada vez era más numeroso el número de nuestros visitantes, en las jornadas de puertas abiertas.
Yo me sentía muy feliz, al contemplar los rostros felices de todo el mundo. Si la gente a mi alrededor se sentía feliz, yo también era feliz. También podía contemplar como cada vez Juan y María estaban más unidos y más felices, y como Carlos y Annabella se hacían cada vez más amigos, amigos inseparables. Al contemplarlos tan unidos no podía evitar recordar los momentos felices que había vivido con Ella cuando eramos unos críos, no podía evitar sonreír al recordar estos hechos de nuestro pasado, un pasado tan feliz. La Madre de Ella solía visitarme muy a menudo, y yo también solía devolverle estas visitas, y entre ambos pasábamos agradables veladas recordando el pasado, sobre todo recordábamos los momentos felices de cuando Ella aun vivía, pero siempre con alegría.
Cierta tarde, después de las clases, cuando estaba en la sala de casa tocando mi piano, Juan vino a verme.
Juan llamó a la puerta de la sala y abriéndola me preguntó:
- ¿Puedo pasar, Señor?
- ¡Pues claro que sí, amigo mio! Pasad y sentáos.- le pedí.
Yo dejé el asiento del piano, me encaminé hacia una pequeña mesa donde había una botella de licor y llené dos copas, después dirigí mis pasos hacia los sillones que estaban situados en frente de la chimenea, que estaba encendida, caldeando toda la sala, pero no demasiado, pues sus llamas eran más bien algo pequeñas. Le entregué una de las copas a Juan y tomé asiento, Juan hizo lo propio en el sillón que estaba enfrente de mí.
- ¡Muchas gracias, Señor!- me agradeció Juan por la copa.
- ¡De nada, Juan!, ¿como va la administración de la Hacienda?- le pregunté.
- Todo va estupendamente, aunque no sé si lo estoy haciendo tan bien como lo hacíais vos.- me respondió.
- ¡¿Pero que estáis diciendo?!, lo estáis haciendo muy bien.- le dije.
- Gracias por vuestra confianza, os lo agradezco mucho.- me dijo Juan.- ¿Y que tal os va a vos en el Colegio y el Conservatorio?
- Tengo que admitir que en ocasiones es algo agotador, pero me encanta, me siento muy feliz dando clases de música.- le respondí.
- ¡Me alegro mucho por vos!- me dijo Juan.- Pero quisiera pediros consejo sobre cierto asunto.
- ¡Hablad! Os ayudaré en lo que me sea posible.- le concedí.
- Bueno..., creo que..., creo que ya es hora...- comenzó a hablar Juan mirando su copa, que apretaba entres sus manos.
- Tranquilizaos Juan.- le pedí.- hablad claro y sin rodeos, ¡por Dios!
- ¡Quiero pedirle a María que se case conmigo!- me gritó directamente mirándome a los ojos.
- Jajajajaja..., ya era hora.- le dije mientras estrechaba su mano y le sonreía gratamente.
- Pero temo que María me rechace.- dijo Juan algo apenado.
- ¿Por qué creéis eso?- le pregunté algo extrañado por su comentario.
- Lo pasamos muy bien juntos, siempre parece muy feliz cuando estamos juntos.- dijo Juan.- Pero a veces le noto que algo le preocupa.
- Os he observado muchas veces, y puedo decir sin miedo a equivocarme que María os ama, sus ojos cuando os mira no mienten.- le dije a Juan.- si crees que algo le preocupa, es mejor que hables con ella, estoy convencido que os aceptará.
- ¿Creeis eso?, ¿Pensáis que me aceptará?- me preguntó.
- Sí, lo creo.- le confirmé.- Pero la mejor manera de salir de dudas, es preguntárselo directamente a María.
- Cuanta razón tenéis, Señor. Lo mejor es pedirle a María que se case conmigo.- dijo Juan.- y esperar su respuesta.
- Una vez que María responda actuaréis en consecuencia.- le comenté.- Mientras tanto no os calentéis la cabeza, con lo que María os pueda responder.
- Gracias, Señor.- me agradeció.- me ha ayudado mucho hablar con vos. Creo que esta misma noche le pediré a María que se case conmigo.
- No sé si mis consejos os sirvan para algo, pero creo que es lo que haría yo en vuestra situación.- le dije a Juan.- Os deseo toda la suerte del mundo, verás como María os dice que sí.
- Os vuelvo a dar las gracias.- repitió Juan.
Después Juan se levantó de su asiento, y dejando su copa en la mesa se dirigió hacia la puerta, y antes de salir de la sala me informó:
- La cena estará servida en unos minutos.
- Tened fe, amigo mio. Sé que María os ama.- le dije.
Juan me miró sonriente y tras asentir con la cabeza, se marchó de la sala cerrando la puerta. No entiendo que Juan dudara ahora, sé que María tuvo una mala experiencia con un hombre hace tiempo, pero también sé que ellos dos se aman mucho, y que serán muy felices juntos.
Durante la cena, se veía a Juan muy nervioso, se mantuvo en silencio durante toda la cena. Tanto Carlos, como María y yo, estuvimos charlando de lo sucedido durante el día en el Colegio y en el Conservatorio de música, pero Juan guardaba silencio y apenas apartaba la vista de sus platos. Se notaba a María algo extrañada por la actitud de Juan, pero ella tampoco le comentó nada a Juan, María lo observaba mucho pero este seguía con la vista baja, clavada en la mesa. Después de la cena Juan le pidió a María dar un paseo por los jardines y ésta aceptó, estaba claro que le iba a pedir en matrimonio durante el paseo.
Carlos se retiró a su habitación y yo me salí a la terraza a tomar el fresco, era una noche algo fría de otoño, el cielo estaba totalmente despejado y se veía con claridad las estrellas y la luna que estaba en cuarto creciente. Sentado en una silla de la terraza pude contemplar como Juan y María daban su paseo.
- ¡Pero bueno!, ¿que hacéis aquí sentado?- me dijo Ella, apareciendo de pronto.
- ¡Buenas noches, cariño! Tan solo tomaba el aire antes de irme a la cama, y contemplaba el cielo esta noche.- le respondí.
- Dejáos de tonterías, y levantáos.- me ordenó tirando de mi mano y poniéndome en pie.
- ¿Pero a donde pretendéis llevarme?- le pregunté a Ella, mientras tiraba de mi mano y yo la seguía.
- ¡Pues a ver a los tortolitos!- me contestó.- ¿donde pensabais?
- ¡Un momento!, creo que es mejor que estén a solas.- le dije a la vez que me detenía, y hacía que Ella también parara sus pasos.
- ¿De verás, no os gustaría saber lo que está pasando, con esos dos?- preguntó Ella con su sonrisa picara dibujada en sus labios.
- Prefiero que ellos me cuenten mañana lo ocurrido.- le contesté.
- ¡Vamos!- gritó sin alzar mucho la voz, y volviendo a tirar de mí.
- ¡Sois una cotilla!- le dije con una sonrisa.
- No, tan solo muy curiosa.- exclamó Ella, devolviéndome la sonrisa.
- Pero que mala sois.- le dije poniendo los ojos en blanco.
Ella me sacó la lengua, para burlarse de mí y siguió tirando de mi mano para que la acompañara a espiar a Juan y a María.
- Ahora guardad silencio.- me pidió Ella.
- Esta bien, cotilla, como quieras.- le dije sonriéndole.
Ella me dió un ligero golpe con su puño en mi hombro, mientras me seguía mostrando su picara sonrisa. Juan y María se habían sentado en un banco del jardín, dando la espalda a un gran seto. Ella y yo nos fuimos acercando a ellos ocultándonos detrás del seto, el césped del jardín amortiguaba el sonido de mis pasos, Ella no lo necesitaba ya que caminaba en absoluto silencio. Cuando llegamos justo a espaldas de ellos dos Ella se volvió hacia mí y colocando su dedo índice en sus labios me pidió que no hiciese ningún ruido, para poder escucharlos mejor.
- Sí, es cierto, realmente esta precioso el cielo esta noche.- le decía Juan a María.
- ¿Qué es lo que os pasa?, habéis estado muy callado durante toda la cena.- le dijo María.
- Es que estaba pensando.- le respondió Juan.
- ¿Y se puede saber, en que estabais pensando?- preguntó María.
- Bueno yo,,,, es que yo,,, no sé como,,,.- comenzó a balbucear Juan.
- ¡Hablad de una vez! Me estáis poniendo nerviosa.- le dijo María.
- Es que yo,,, yo quiero,,,.- Juan continuaba muy nervioso.
- ¡Por Dios! Que me tenéis atacada de los nervios. decid lo que tengáis que decir de una vez.- María comenzaba a estar muy nerviosa.
- ¡Si me seguís interrumpiendo, no podré pediros que os caséis conmigo!- le gritó Juan a María.
Ella que escuchaba junto a mí detrás del seto, se tapó la boca con su mano, conteniendo la emoción, y me miró sonriente, yo le devolví la sonrisa, ambos estábamos muy emocionados y muy contentos, pero seguimos escuchando la conversación sin hacer ningún ruido, para no ser descubiertos por Juan y María.
María al oír las palabras de Juan se puso en pie, y Juan hizo lo propio, se colocó delante de María, se sacó una pequeña caja de terciopelo rojo del bolsillo de su casaca. Acto seguido clavó su rodilla izquierda en el suelo, quedando postrado a los pies de María, abriendo la pequeña caja dejó ver un precioso anillo de oro con una gran perla blanca, y mirando a María a los ojos le pidió:
- ¿Me concederíais el honor y la dicha de convertiros en mi esposa?
María comenzó a llorar y se tapó el rostro con sus manos, al cabo de unos cuantos segundos María se giró dándole la espalda a Juan.
- No puedo casarme con vos.- le dijo María mientras lloraba.
- ¿Acaso no me amáis?- le preguntó Juan poniéndose en pie y colocando su mano sobre el hombro de María intentando consolarla.
- Os amo, y mucho.- le contestó.
- Pues si vos me amáis, y yo os amo... decidme, ¿cual es el problema?- preguntó Juan angustiado.
- No soy digna de casarme con vos.- respondió María.
Tanto Ella como yo nos quedamos de piedra al oír esto, esa alegría que teníamos hace unos minutos se había desvanecido, se veía a María y a Juan muy angustiados, y esa angustia la estábamos padeciendo también Ella y yo, pero aun así seguimos escuchando en completo silencio.
- ¿Como podéis decir eso? Sois la mujer más digna y maravillosa que he conocido nunca.- le dijo Juan.
- Hace tiempo, antes de llegar a estas tierras, conocí a un hombre del que me enamoré.- narró María.- me prometió casarse conmigo, pero resultó que estaba casado. Cuando descubrí su engaño, yo ya era una mujer deshonrada. Él me había robado la honra.
- No digáis esas cosas.- le dijo Juan mientras giró a María y la abrazó.- Él es el deshonrado, un hombre que se porta de esa manera no tiene honor, vos solo fuisteis engañada.
- Pero, no soy una mujer pura.- le increpó María.
- Pura decís, tenéis el alma más pura que mis ojos hallan visto nunca. Y eso es lo que me importa.- le dijo Juan.
- Pero,,, pero,,,- comenzó a decir María.
Pero Juan le puso el dedo índice de su mano derecha en la boca haciéndola callar. Volvió a clavar la rodilla en el suelo y mirándola a los ojos, volviendo a mostrarle el anillo, le preguntó:
- ¿Queréis hacerme el hombre más feliz del mundo?, ¿queréis casaros conmigo?
- ¿Estáis seguro de lo que me estáis pidiendo?- le preguntó María.
- Estoy completamente seguro de lo que os estoy pidiendo, ¿debo repetir la pregunta?- preguntó Juan aun de rodillas con su mirada clavada el los ojos vidriosos de María.
- Sí, acepto, seré vuestra esposa. Me casaré con vos.- contestó María llorando, pero esta vez sus lágrimas eran lágrimas de alegría.
Juan estando aun de rodillas le puso el anillo en su dedo anular, con una gran sonrisa en su rostro se puso en pie y levantando a María por los aires, la besó apasionadamente, María le devolvió ese beso, mientras giraban sobre sí mismos. Después de unas cuantas vueltas y estando a punto de caer al suelo Juan volvió a poner a María suavemente sobre el suelo.
- Os amo, os amo más que a nada en este mundo.- le confesó Juan a María.
- Yo también os amo con toda la fuerza de mi corazón.- le respondió María.
Juan y María sin dejar de abrazarse se retiraron caminando en dirección hacia la casa, mientras María apoyaba su cabeza sobre el hombro de Juan, caminaban lentamente, lo cierto es que era una bella portal. Ella y yo continuábamos en silencio viendo como se retiraban.
- Habéis visto como ha valido la pena, venir a escucharles.- me dijo Ella con una gran sonrisa en su cara, y con los ojos húmedos por la emoción.
- Sigo pensando que hemos actuado muy mal.- le reproché.
- No seáis aguafiestas.- me increpó Ella sentándose en el césped, y mirando el cielo.- Ha sido muy emotivo.
- Si que lo ha sido.- le dije a la vez que me sentaba a su lado.
- Por un momento pensé que todo iba a salir mal.- dijo Ella.
- No, Juan es una persona muy noble, y esas cosas no le importan.- le dije.- Él ama a María por encima de todo.
- Y María también ama profundamente a Juan.- apuntó Ella dando un suspiro y dejándose caer de espaldas sobre el césped.
- Se merecen ser felices juntos.- le dije mientras yo también me tumbaba mirando las estrellas.
- Si que se lo merecen, ambos son muy buenas personas.- dijo Ella con la mirada clavada en las estrellas.- Lo cierto es que me dan algo de envidia.
- ¡¿Envidia?!, ¿Por qué?- pregunté mirándola muy sorprendido.
- No me malinterpretéis.- me pidió.- es una envidia sana, como me gustaría que nosotros dos pudiéramos estar igual que ellos dos.
- A mí no me importa, yo soy muy feliz así.- le dije y le dí un beso en los labios.- ¿acaso no sois feliz?
- Sí que lo soy, pero quisiera daros mucho más.- respondió Ella besándome con pasión.
- Yo os amo, y sé que vos me amáis a mi, con eso me siento muy dichoso.- le dije mirándola a los ojos.
Ella me volvió a besar y me abrazó apoyando su cabeza en mi pecho, en esa posición permanecimos durante unos cuantos minutos, en silencio.
- Como me encanta escuchar los latidos de vuestro corazón.- me confesó Ella.
- Mi corazón sigue latiendo por vos.- le dije, volviéndole a besar.
- Aunque me encanta estar en vuestros brazos, creo que es hora de retirarse.- apuntó Ella.
- ¿Ya queréis marcharos?- pregunté.
- No, tonto, no es eso.- respondió Ella muy sonriente.- ya esta refrescando demasiado, y me preocupo por vuestra salud.
- Esta bien, Mama, me iré a la cama si vos me arropáis.- bromeé.
- Muy bien, Hijito, os arroparé y os daré un beso de buenas noches.- siguió Ella con la broma.
Nos pusimos en pie y nos dirigimos a la casa para refugiarnos del frío, después me fui a la cama y como Ella había dicho anteriormente, me arropó, me dió un beso de buenas noches y se tumbo a mi lado. Me sentía muy contento por los acontecimientos ocurridos con Juan y María, pero también estaba muy contento al tener a Ella a mi lado. Poco a poco el cansancio me fue venciendo y los ojos se me fueron cerrando, mientras contemplaba su silueta, hasta que al final me quedé dormido.
A la mañana siguiente me desperté muy descansado y lleno de energía, además de que estaba muy contento por todo lo ocurrido. Mientras estábamos desayunando, María y Juan me pidieron hablar conmigo en privado, después de desayunar.
Antes de salir para el Colegio nos reunimos en una sala Juan, María y yo, para hablar a solas sin que nadie nos interrumpiera, creía saber que era lo que querían hablar conmigo, seguro que era referente a lo sucedido en la noche anterior.
- Bien, ¿qué es lo que tenéis que decirme?- les pregunté a ambos.
- Juan me ha pedido en matrimonio.- me informó María mostrándome el anillo que Juan le entregó.
- Y María ha aceptado ser mi esposa.- añadió Juan.
- Es un anillo precioso. No sabéis lo que me alegra esta noticia.- les dije con una sonrisa picaresca, mientras observaba el anillo que María me estaba enseñando.
- Viendo vuestra sonrisa diría que ya sabíais algo de esto.- señaló María.
- Es que ayer le pedí consejo sobre este asunto.- explicó Juan.
- ¿Así que ya sabíais que Juan me iba a pedir que me casara con él?- señaló María.
- Sí, estaba al tanto de ello.- le dije.- pero tengo que confesaros algo que hice que no estuvo nada bien, y os pido disculpas por ello.
- ¡Señor!, ¿Por qué debemos disculparos?, ¿Qué es lo que habéis hecho?- preguntó Juan algo extrañado.
- Lo que ocurrió, es que anoche, mientras estabais en el jardín, bueno yo estaba cerca.- les dije a ambos.- Y acabé escuchando vuestra conversación. ¡Siento haberlo hecho, perdonadme!
- Jajajajaja....- rió María.- Disculpas aceptadas, mira que sois un poco cotilla, jajajaja...
- No tenemos que perdonaros nada.- me dijo Juan.- De todos modos os íbamos a contar todo lo ocurrido.
- Muchas gracias amigos.- les agradecí.- Me alegro mucho por vosotros dos, os merecéis ser muy felices.
- Gracias Señor. Sé que seremos muy felices.- me agradeció Juan.- Pero quisiéramos pediros algo, bueno más bien es María quien os quiere pedir un gran favor.
- Dime María, ¿en que puedo ayudaros?- le pregunté.- Pedidme lo que queráis.
- Quisiera pediros que seáis vos, mi padrino de boda.- me pidió María muy emocionada.
- Es algo extraña esta petición.- apunté.- No sería mejor que fuese vuestro Padre quien fuese vuestro padrino.
- Lo que sucede, es que, desde que tuve aquella aventura con ese hombre casado, mi padre está muy enfadado conmigo y no quiere volver a verme.- nos contó María algo entristecida.- Es un hombre muy orgulloso y hemos perdido el contacto desde entonces. Y siento que si se lo pido lo rechazará.
- No os preocupéis por ello.- le dije a María.- Será un gran honor y todo un privilegio llevaros al altar.
- Sabía que podía contar con vos.- me dijo María dándome un abrazo.- Siempre os habéis portado muy bien conmigo, para mí sois como un hermano mayor.
- Esta bien hermanita.- bromeé.- yo seré vuestro padrino en la boda.
- Muchas gracias hermano mayor.- me agradeció María con una gran sonrisa.- Sois el mejor hermano del mundo, jajajaja...
- ¿Habéis pensado en la fecha de la boda?- les pregunté.
- Creemos que lo mejor será, que nos casemos cuando acaben las clases, en las vacaciones de verano.- me comentó María.
- Me parece muy buena fecha.- le dije.- Ni muy pronto, ni muy tarde, y será la época más tranquila.
- ¿De verás pensáis que será una época tranquila?- preguntó María.
- Al no haber clases, centraremos nuestras energías en vuestra boda.- les dije.
- Aun tenemos que hablar con el párroco.- comentó Juan.- Y nos gustaría casarnos en la capilla de la Hacienda.
- Por supuesto, nada me gustaría más.- les dije muy contento.
- Será mejor que nos vayamos al colegio, de lo contrario llegaremos tarde.- señaló María.
- Tenéis razón.- le comenté.- Hemos de marcharnos. Pero os repito que me siento muy feliz por vuestro compromiso.
- Gracias Señor, nos veremos en el almuerzo.- se despidió Juan.
Después de llamar a Carlos, salimos para el colegio María, Carlos y yo. Durante el corto trayecto pude observar a María, su rostro reflejaba mucha felicidad, y sus ojos tenían un brillo muy especial, estaba muy feliz.
Mientras estábamos almorzando le dijimos a Carlos la gran noticia y como era obvio a Carlos le dió mucha alegría por este hecho. Con el tiempo se corrió la voz entre nuestros amigos y todos estaban muy contentos por la boda de María y Juan, ambos eran unas personas muy queridas en toda la Villa.
Una idea comenzó a rondarme por la cabeza, pensaba que en ese día tan especial para María, su familia debería estar con ella. Creo que debería escribir al padre de María y contarle lo ocurrido, en mi opinión creo que un padre siempre perdona a sus hijos, y deberían darse la oportunidad a padre e hija para solucionar sus problemas. Estaba escribiendo la carta en mi despacho, una noche, cuando recibí la visita de mi Dama Guardiana.
- ¡Buenas noches, Amor mio!- me saludó Ella.
- ¡Buenas noches, Mi Vida!- le devolví el saludo con una sonrisa.
- ¿Qué estáis escribiendo?- me preguntó Ella con su habitual curiosidad.
- Le escribo una carta al padre de María.- le respondí.- Le estoy informando de la futura boda de su hija.
- Pensaba que María y su padre se habían distanciado mucho.- señaló Ella.
- Así es, pero tengo el propósito de que hagan las paces.- le remarqué.
- Es una buena idea, y muy noble por vuestra parte intentarlo.- me dijo Ella.
- Pienso que a todo padre le gustaría estar en la boda de su hija.- le apunté.- Tengo fe en que el padre de María quiera estar en un día tan señalado acompañando a su hija.
- Creo que tenéis toda la razón del mundo.- me dijo Ella.- No creo que se niegue a estar con su hija ese día.
- Eso espero, por eso estoy escribiendo esta carta dirigida al padre de María.- le dije.
- Ojalá todo salga como pensáis.- deseó Ella.- María se lo merece.
- Por eso lo hago.- le respondí.- Seguro que María se sentirá aun más feliz si el día de su boda su familia pudiera estar con ella.
- Sois un gran amigo, seguro que María os estará muy agradecido.- me dijo dandome un beso.
- Habrá que esperar a que el padre de María responda a mi carta.- le dije.- Mantendré todo esto en secreto por si no sale como lo tengo planeado.
- Saldrá todo bien.- me dijo volviéndome a besar.- Ya es hora de que María vuelva a ver a su familia.
- Gracias por vuestro apoyo.- le agradecí, ahora era yo quien la besaba a Ella.
El tiempo pasó y el curso acabó, se celebró una gran fiesta para celebrar el fin del curso, y los alumnos de música hicieron un concierto especial en honor de María, para felicitarla por su boda, lo alumnos del Colegio también felicitaron a María cantándole algunas canciones. Los alumnos que vivían fuera, volvieron a sus casas, con sus familias, pero en unos meses volverían para el nuevo curso.
El día de la boda se acercaba y los nervios eran constantes en la casa, cada vez era más palpable ese nerviosismo a medida que faltaban menos días para el enlace. Todos los habitantes de la casa estaban ocupados con los preparativos de la boda, todos andaban de un lugar para otro, todos andaban como locos, y entre ellos me incluyo yo mismo, pero los que estaban más con los nervios a flor de piel, eran sin lugar a dudas María y Juan, que para eso eran los novios.
La modista visitaba a diario a María para preparar el vestido de novia, todo lo referente al vestido María lo mantenía muy en secreto, no quería que ni Juan, ni yo viésemos el vestido hasta el gran día. El sastre también visitaba la casa frecuentemente, pues estaba haciendo el traje del novio y el del padrino también, incluso el traje de Carlos.
El día anterior a la boda fue el más loco de todos, todo tenía que estar preparado y perfecto para el día siguiente, no podíamos permitirnos ni el más mínimo fallo ni descuido. Juan y María corrían de un lado para otro como si estuviesen poseídos, controlaban que los adornos florales fueran lo más bellos bonitos. Cuidaban que la carpa, colocada en el jardín donde se iba a celebrar el festín, estuviese bien colocada y bien sujeta por si se levantaba viento. Examinaban los alimentos y bebidas que se iban a servir a los invitados del enlace... ¡Todo! Lo controlaban absolutamente todo, no dejaban nada sin mirar ni controlar. Y para la última hora de la tarde recibimos la última visita de la modista para dejar el vestido de la novia listo para el día siguiente.
Y por fin había llegado el gran día, el día de la boda. Incluso en este día había cosas que hacer, desde primera hora de la mañana los cocineros andaban atareados cocinando para los comensales de la boda, los criados cuidaban de que todo estuviese preparado y limpio como los chorros del oro. Debía estar todo perfecto para el gran evento.
La hora fijada para tal hecho eran las cinco de la tarde, durante todo el día ni Juan ni María se dejaron ver por la casa, no salieron de sus alcobas en toda la mañana, incluso ambos desayunaron en sus habitaciones, debían estar preparándose para su enlace.
Un par de horas antes de la boda Carlos y yo subimos a nuestras habitaciones para arreglarnos y vestirnos para el enlace, Carlos andaba como loco de la alegría y a la vez estaba muy nervioso, pues jugaba un papel importante en la boda. Yo fui el primero en bajar ya vestido, poco después bajó Carlos ya listo y preparado. El siguiente en hacer su aparición fue Juan totalmente engalanado.
- ¡Buenas tardes, Juan!, ¿que tal estáis?- le pregunté.
- ¡Buenas tardes! Tengo los nervios a flor de piel.- me respondió.
- Tranquilizaos, todo será perfecto.- le dije intentando tranquilizarlo.
- Eso espero, ¿aún no ha salido María?- preguntó.
- Aun no ha bajado.- le contesté.- Estoy esperándola para acompañarla.
- Por supuesto, mejor yo salgo para la capilla.- señaló Juan.- Da mala suerte que el novio vea vestida a la novia antes de la boda.
- Sí, además será mejor que el novio espere a la novia en el altar y no al revés.- apunté con una sonrisa.
- Tenéis razón, yo os espero en la capilla.- me dijo.- ¿Carlos, os venís conmigo?
Carlos se me quedó mirando y yo asentí con la cabeza, Juan estaba demasiado nervioso y creí oportuno que Carlos le acompañara.
- Esta bien, Juan.- respondió Carlos.- Voy con vos.
- En cuanto baje la novia salimos para allá.- les dije.
- Padre, no os retraséis con la novia.- dijo Carlos antes de salir con Juan.
Un par de minutos después de la salida de Juan y de Carlos, María bajaba las escaleras acompañada por sus damas de honor, Encarna (profesora de literatura) y Soledad (profesora de violín), dos profesoras con las que María había hecho muy buenas amistades. María vestía un precioso vestido blanco con una cola de unos tres metros, el pelo recogido en un moño con una bellísima diadema de plata con zafiros y rubíes, y en sus manos portaba un precioso ramo de novia, elaborado con rosas blancas. Las damas de honor vestían ambas con un precioso vestido de color rosa, caminaban detrás de la novia portando la cola de su vestido.
- ¡Lucis preciosa, sois una novia muy hermosa!- le dije.
- Muchas gracias caballero, vos también estáis muy elegante.- señaló.
- Muchas gracias.- le agradecí.- Las damas de honor también están muy bellas hoy.
- Gracias Señor.- me agradeció Soledad.
- Sois muy amable.- dijo Encarna.
- ¿Como se siente la novia?- pregunté.
- A punto de salir corriendo.- señaló.- Lo cierto es que estoy aterrada.
- No tengáis miedo, debería ser el día más feliz de vuestra vida.- le dije.
- Si soy feliz, pero a la vez estoy muy nerviosa.- dijo María.
- Bien, ¿nos vamos?- le pregunté ofreciéndole mi brazo.
- Adelante, vayamos.- me respondió tomando mi brazo.
Salimos caminando de la casa para ir a la capilla que estaba al otro lado del jardín, María caminaba lentamente y sujetaba con mucha fuerza mi brazo, mientras respiraba hondo a cada paso. Al llegar a la capilla los invitados esperaban dentro, pero cuatro personas esperaban en la puerta. Una Dama y tres Caballeros permanecían en pie a la entrada de la capilla, Cuando María los vio corrió hacia estas personas, sorprendiéndome a mí y a las damas de honor que aguantaban la cola del vestido.
- ¡Madre, Padre, Hermanos!- gritó María llorando de alegría y abrazándose a ellos.
Estas cuatro personas rodearon a María y le devolvieron sus abrazos, yo me acerqué a ellos y las damas de honor hicieron lo mismo.
- Perdónadme, hija mía.- se disculpaba el caballero de mayor edad.- Perdona por no ser un buen Padre.
- No hay nada que perdonar, Padre.- dijo María.- Me alegra tanto que estéis aquí.
- Pero que hermosa esta mi niña.- señaló la Dama.
- Gracias Madre.- le agradeció la María.- ¿Pero que hacéis aquí?
- Creo que eso es culpa mía.- le respondí a María.- Escribí a vuestro Padre contándole lo de vuestra boda, creí oportuno que debería saberlo, y hace unos días me llegó una carta informándome que venían a vuestra boda, y creí que sería una buena sorpresa para vos.
- Ha sido una estupenda sorpresa.- dijo María separándose de su familia y dándome un abrazo.- Gracias, muchas gracias.
- De nada María, sabía que esto te alegraría mucho.- le dije a María.
- Perdón, que no os he presentado.- dijo María.- Él es mi Padre, José; ella es mi Madre, María del Carmen; y ellos son mis hermanos mayores, José Antonio que es el mayor, y el menor se llama Sergio.
- Es todo un placer conocerles.- les saludé.- Me alegro mucho que estén aquí, en este día tan especial para María.
- Muchas gracias por cuidar de mi hermanita.- Agradeció Sergio.
- Mucho gusto.- me saludó José Antonio.
- Os estoy muy agradecido por todo lo que habéis hecho por mi hija, siempre os estaré agradecida por ello.- me agradeció María del Carmen.
- No tenéis que agradecerme nada.- le dije a la Madre de María.- María es una persona muy querida en esta casa y es un honor contar con su amistad.
- Yo si que debo daros las gracias.- señaló José.- Yo me equivoqué con mi hija, y soy muy cabezota para pedir perdón, y gracias a vos tengo la oportunidad de pedirle perdón.
- No ha sido nada, solo quería ver a María feliz con su familia en este día.- le dije al Padre de María.
- ¿Podrás perdonar a vuestro Padre?- le pidió José a su hija.- Me he portado como un cabezota.
- Todo está olvidado, Padre.- respondió María.- me alegra tanto ver a mi familia aquí, en este día, un día doblemente feliz.
- Puesto que ya estáis aquí, creo que os corresponde a vos conducir a vuestra hija al altar.- le dije al Padre de María.
- Creo que vos os habéis ganado ese honor, vos os habéis comportado con mi hija mejor de lo que lo he hecho yo.- dijo José.
- Pero vos sois su padre, deberíais ser vos el padrino.- le dije.
- Insisto, yo no soy digno de ello.- dijo José muy convencido.- ¿Quien mejor que vos para este menester?
- Es todo un honor llevar a vuestra hija al altar.- acepté ante tanta insistencia.
- Vos nos habéis honrado con vuestro comportamiento.- señaló María del Carmen.
Así entré en la capilla con María del brazo, seguido de las damas de honor, y por la familia de María. Nos acercábamos al altar al compás de la marcha nupcial, mientras los invitados comentaban lo hermosa y bella que estaba la novia, y se preguntaban quien eran las cuatro personas que nos seguían.

En el altar nos esperaban Juan y la Madrina que era la Madre de Ella, ya que la madre de Juan murió hace muchos años, y Juan le pidió a La Madre de Ella que fuese su madrina y esta aceptó. También estaban esperando en el altar Carlos y Annabella que eran los encargados de llevar las arras y las alianzas. Al llegar al altar el párroco comenzó con la ceremonia, fue una ceremonia muy emotiva y pude ver como a más de una persona se le escapaban algunas lágrimas entre ellas a la novia y a la Madre de Ella.
Cuando la ceremonia acabó todo el mundo aplaudía y gritaban: "Vivan los novios", siempre me he preguntado, ¿por que se grita "vivan los novios" en las bodas, si una vez casados ya no son novios, son marido y mujer? A la salida del nuevo matrimonio de la capilla los invitados le saludaron con una lluvia de arroz y pétalos de flores.
Durante el festín para celebrar el enlace me senté junto a la Madrina, la Madre de Ella, a un lado de los recién casados, mientras que al otro lado se sentaron la familia al completo de María.
- Ha sido una ceremonia muy hermosa, ¿verdad?- me preguntó la Madre de Ella.
- Lo ha sido, una boda muy hermosa.- le respondí.- pero he observado que en un momento de la ceremonia habéis llorado.
- Sois muy observador.- me dijo.- Pensaba lo bello que hubiese sido ver a mi hija casándose con vos.
- Hace tiempo tuve ese mismo sueño.- le dije.- Soñé que vuestra hija y yo nos casábamos, Ella estaba tan hermosa y radiante, y se sentía tan feliz. Y yo me sentía el hombre más feliz del mundo, me sentía tan contento que no quería despertar.
- ¡Oh, cariño!- me dijo dándome un abrazo y soltando algunas lágrimas.- ¡Que hermoso sueño tuvisteis! Lástima que solo fuese un sueño y no una realidad.
- Pero de vez en cuando me encanta recordar ese sueño, Ella y yo casados.- señalé.
- Como me hubiese gustado ver vuestra boda.- me dijo, dándome un beso en la mejilla.
Después del festín, comenzó el baile, Juan y María como era normal, fueron los primeros en salir a la pista de baile y comenzaron a bailar su primer baile como matrimonio, mientras que yo tocaba el piano. Tras el primer baile dejé el piano, dejando la música a un cuarteto de cuerda, formado por alumnos del Conservatorio de Música, incluso en alguna pieza Carlos y Annabella tocaron el piano y el arpa.
Como Padrino tuve el placer de bailar alguna pieza con la novia, se veía a María tan feliz, que esa felicidad era contagiosa.
- Se te ve muy feliz.- le dije a María mientras bailábamos.
- Lo soy, soy la mujer más feliz del mundo.- me dijo.
- Me alegro mucho, Juan y vos os merecéis toda la felicidad del mundo.- le dije.
- Gracias, se que lo decís de corazón.- me agradeció.- Os agradezco mucho todo lo que habéis hecho por mí y por Juan. También tengo que agradeceros lo de mi familia, ha sido una gran sorpresa, siempre os estaré agradecida por ello.
- No ha sido nada.- le dije quitándole importancia.- me encanta veros tan feliz.
- ¡Nada!, sin vos esta boda no habría sido tan perfecta.- me dijo dándome un abrazo y un beso en la mejilla justo cuando acababa la pieza que estábamos bailando.- Ha sido UNA BODA PERFECTA.

1 comentario:

MEINSÜNDE dijo...

Por finnnnnn !!!!!!

Ya se hhann ccasadoo... y con una boda pperfectaa;
ahora él eestaráá más tranquilo pues ssabee que
María tiene qquienn la ccuidee.

EEstupendoo cap. Batoosahi

Besos con mucho ccariñoo.