domingo, 31 de marzo de 2013

LA ÚNICA CERTEZA, DE CHRISTINA GEORGINA ROSSETTI.


Vanidad de Vanidades, dice el Predicador,
todas las cosas son Vanidad.
El ojo y el oído no pueden llenarse
con imágenes y sonidos.
Como el primer rocío, o el aliento
pálido y súbito del viento,
o como la hierba arrancada del monte,
así también es el hombre,
flotando entre la esperanza y el miedo:
¡Qué pequeñas son sus alegrías,
qué diminutas, qué sombrías!
Hasta que todas las cosas terminen
en el lento polvo del olvido.
Hoy es igual que ayer,
mañana uno de ellos ha de ser;
y no hay nada nuevo bajo el sol:
Hasta que la antigua Raza del Tiempo corra
el viejo espino crecerá en su cansado tronco,
y la mañana será fría, y el crepúsculo, gris.

viernes, 29 de marzo de 2013

LA BRUMA NOCTURNA, DE ALEXANDER BLOK.


La bruma nocturna me sorprendió en el camino.
Tras la espesura la luna lanzó su mirada.
El caballo fatigado daba inquietos golpes con las pezuñas;
tranquilo de día, extrañaba la noche.
Sombrío, inmóvil, soñoliento,
el conocido bosque me aterraba
y hacia el claro plateado por la luna
dirigí el paso del caballo resoplante.
Se extiende en la lejanía la neblina del pantano,
pero de plata fulgura la iglesia de la colina.
Y detrás de la colina del bosquecillo del valle,
en la oscuridad se oculta mi casa.
El caballo fatigado acelera el paso hacia su destino.
Centellean las luces de un pueblo extraño.
A la orilla del camino prenden en rojo
las hogueras de los pastores, como faros.

miércoles, 27 de marzo de 2013

SI LA MUERTE ES LA MUERTE, DE FEDERICO GARCIA LORCA.

 
¿Si la muerte es la muerte,
qué será de los poetas
y de las cosas dormidas

 que ya nadie las recuerda?
¡Oh sol de las esperanzas!
¡Agua clara! ¡Luna nueva!
¡Corazones de los niños!
¡Almas rudas de las piedras!
Hoy siento en el corazón
un vago temblor de estrellas
y todas las rosas son
tan blancas como mi pena.

lunes, 25 de marzo de 2013

UN BOSQUE SILENCIOSO, DE ELIZABETH ELEANOR SIDDAL.


Oh, silencioso bosque, te atravieso
con el corazón tan lleno de miseria
por todas las voces que caen de los árboles,
y las hierbas que rasgan mis piernas.

Deja que me siente en tu sombra más oscura,
mientras los grises búhos vuelan sobre tí;
allí he de rogar tu bendición:
No convertirme en una ilusión,
no desvanecerme en un lento letargo.

Escrutando a través de las penumbras,
como alguien vacío de vida y esperanzas,
congelada como una escultura de piedra,
me siento en tu sombra, pero no sola.

¿Podrá Dios traer de vuelta aquel día,
en el que como dos figuras sombrías
nos agitamos bajo las hojas tibias
en este silencioso bosque?

sábado, 23 de marzo de 2013

AMOR MUERTO, DE ELIZABETH SIDDAL.


Nunca llores por un Amor muerto,
ya que rara vez el Amor es verdadero.
Él cambia sus ropas del rojo al azul,
y del más brillante azul al rojo,
el Amor ha nacido a una muerte temprana,
y su realidad es apenas un despojo.

Entonces no ancles tu sonrisa
en su pálido rostro descarnado,
para exhalar el más profundo de los suspiros.
Las palabras justas en labios sinceros
pasarán, y sin dudas morirán;
y tú estarás solo, mi querido,
cuando se desaten los vientos invernales.

Nunca lamentes aquello que no puede ser,
pues este Dios no regala dones.
Si este pobre sueño de amor fuese nuestro,
entonces, querido, estaríamos en el Cielo,
pero aquí sólo hay campos muertos,
donde el verdadero amor jamás es cierto.

jueves, 21 de marzo de 2013

DÍA INTERNACIONAL DE LA POESÍA.

Para todos los poetas o poetisas, que nos alegraron, nos alegran y nos alegrarán los días con sus hermosos versos, mis más sinceras felicitaciones en este Día Internacional De La Poesía.
 
 

lunes, 18 de marzo de 2013

ALMA DESNUDA, DE ALFONSINA STORNI.


Soy un alma desnuda en estos versos,
alma desnuda que angustiada y sola
va dejando sus pétalos dispersos.

Alma que puede ser una amapola,
que puede ser un lirio, una violeta,
un peñasco, una selva y una ola.

Alma que como el viento vaga inquieta
y ruge cuando está sobre los mares,
y duerme dulcemente en una grieta.

Alma que adora sobre sus altares,
dioses que no se bajan a cegarla;
alma que no conoce valladares.

Alma que fuera fácil dominarla
con sólo un corazón que se partiera
para en su sangre cálida regarla.

Alma que cuando está en la primavera
dice al invierno que demora: vuelve,
caiga tu nieve sobre la pradera.

Alma que cuando nieva se disuelve
en tristezas, clamando por las rosas
con que la primavera nos envuelve.

Alma que a ratos suelta mariposas
a campo abierto, sin fijar distancia,
y les dice libad sobre las cosas.

Alma que ha de morir de una fragancia,
de un suspiro, de un verso en que se ruega,
sin perder, a poderlo, su elegancia.

Alma que nada sabe y todo niega
y negando lo bueno el bien propicia
porque es negando como más se entrega,

Alma que suele haber como delicia
palpar las almas, despreciar la huella,
y sentir en la mano una caricia.

Alma que siempre disconforme de ella,
como los vientos vaga, corre y gira;
alma que sangra y sin cesar delira
por ser el buque en marcha de la estrella.

sábado, 16 de marzo de 2013

EL AMOR NO, DE CAROLINE ELIZABETH SARAH NORTON.

 

¡El Amor no! ¡Escuchen, desgraciados hijos del barro!
La corona alegre de la esperanza se teje con flores terrenales,
cosas que se hacen para decaer y desaparecer,
aunque hayan florecido por unas breves horas.
El Amor no.

¡El Amor no! Aquello que amas bien puede cambiar:
Los rosados labios pueden dejar de regalarte sonrisas,
el deseo de sus ojos puede convertirse en una mirada fría,
el corazón aún palpita, sin ser verdadero.
El Amor no.

¡El Amor no! Aquello que amas bien puede morir,
tal vez se desvanezca en la tierra de la felicidad,
en las estrellas silenciosas, el azul y sonriente cielo
brilla sobre su tumba, como sobre su nacimiento.
Sobre el Amor no.

¡El Amor no! Una vanidosa advertencia pronunció
que en estas horas, como en los años que han pasado,
el enamorado dibuja un halo sobre el rostro amado,
impecable, inmortal, hasta que cambie o muera.
El Amor no.

jueves, 14 de marzo de 2013

PASIÓN, DE CHARLOTTE BRONTË.


Algunos han ganado un placer salvaje,
por arriesgarse ante el salvaje dolor,
yo podría esta noche ganar tu amor
y sufrir mañana el peligro de la muerte.

Podría estremecerte en la batalla,
y arrancar una mirada de tu ojo.
¡Qué frágil es el corazón que arde,
embriagado de intentos y anhelos!

Bienvenidas las noches de sueños rotos,
y los días de crueles matanzas.
¿Puedo considerar que llorarías
al oír mis acechantes tribulaciones?

Dime si con errantes peregrinos
deambulas lejos de todo,
¿vagas tú por aquellos campos distantes
sin extraviar tu espíritu?

Salvaje, profundo, suena un cuerno en la distancia,
dejádme, dejádme ir,
dónde el sheik y el británico luchan,
sobre las márgenes de los ríos.

La sangre ha teñido aquellas riberas
con manchas escarlatas, lo sé;
las fronteras se cubren de tumbas,
y sin embargo, dejádme ir.

Aunque la crueldad del holocausto
suba como el vapor de las naciones,
con placer me sumaría a las huestes muertas,
si la orden me fuese dada.

La esencia de la pasión debe templar mi brazo,
su ardor agita mi vida,
hasta que la fuerza humana tema el encanto
deberán sucumbir entre gritos de alarma,
como los árboles abatidos luchan con la tormenta.

Si yo, excitada por la guerra, buscase tu amor
¿te atreverías a estar a mi lado?
¿Te atreverías a reprobar mi pasión,
presa del desprecio, del orgullo más exasperante?

No, mi voluntad sometería la tuya,
tan alta y libre,
y el amor domaría esa alma altiva.
Si, con ternura me amarías.

Leeré mi victoria en tus ojos,
contemplando, y probando el cambio;
luego dejaré, indiferente, mi noble premio
en manos de las armas distantes.

Desearía morir cuando se alce la espuma,
cuando el vino resplandezca alto;
sin esperar que en la copa exhausta
caiga la abúlica vida en hediondas mentiras.

Entonces el amor será coronado con dulces recompensas,
bendecido con esperanza y plenitud.
Desearía montar aquel corcel, desenvainar la hoja,
y perecer entre los aullidos de la batalla.

martes, 12 de marzo de 2013

EL VAMPIRO, DE JOHN STAGG


¿Por qué está tan mortalmente pálido, mi señor?
¿Por qué se desvanece el rubor de su mejilla?
¿Qué puede a mi querido marido afligir?
¡Sus cuidados sentidos, oh Herman, habla!

¿Por qué a la silenciosa hora del descanso
tú te lamentas tan tristemente mientras duermes?
¿Estás oprimido por la aflicción más pesada,
aflicciones demasiado dolorosas para ser guardadas?

¿Por qué palpita tu pecho? ¿Por qué se estremece tu corazón?
¡Oh, habla! Y si hay algún alivio
tu consuelo Gertrudis te lo dará,
si no, al menos comparte tu aflicción.

Pálida está esa mejilla que una vez la floración
de la reluciente belleza varonil enseñó;
apagados están esos ojos, en pensativa penumbra
que antiguamente con entusiasta lustre brillaban.

Di, ¿por qué también a medianoche,
tú tristemente jadeas y te estiras para respirar
como si algún poder sobrenatural
estuviera arrastrándote hacia la muerte?

Inquieto, aunque durmiendo, aún te quejas,
y con un horror convulsivo te sobresaltas.
¡Oh, Herman! Haz saber a tu esposa
ese pesar que atormenta tu corazón.

¡Oh, Gertrudis! ¿Cómo podré relatarte
la extraña angustia que siento?;
extraña y severa como es este mi destino;
un destino que yo no puedo esconder más tiempo.

A pesar de toda mi fuerza acostumbrada
el destino severo ha sellado mi suerte
esta espantosa enfermedad a la larga
me arrastrará a la silenciosa tumba.

Pero di, Herman, ¿cuál es la causa
de esta aflicción y de todo lo que te preocupa
que, como un buitre tus vitales roe
y mortifica tu pecho con desesperación?

¿Seguro que esto no puede ser una aflicción común?
¿Seguro que esto no puede ser un dolor común?
Habla, si este mundo contiene alivio
Que pronto tu Gertrudis lo obtendrá.

¡Oh, Gertrudis! Es una causa horrenda.
¡Oh, Gertrudis! Es una inquietud inusual
que, como un buitre, mis vitales roe
y mortifica mi pecho con desesperación.

El joven Segismundo, mi una vez querido amigo,
pero quien últimamente renunció a respirar,
con otros lo acompañé
a la silenciosa casa de la muerte.

Por él lloré, por él llevé luto,
pagué todo lo que debía por amistad
pero tristemente la amistad ha vuelto
y tu Herman tiene que seguirlo también.

Debo seguirlo a la tenebrosa tumba
a pesar de las artes o las habilidades humanas;
ningún poder en la tierra puede salvar mi vida,
es la voluntad inalterable del destino.

El joven Segismundo, mi una vez querido amigo
pero ahora mi vil perseguidor
extiende su malevolencia
incluso para torturar mi alma.

Por la noche, cuando, envueltos en profundo sueño
todos los mortales compartimos un suave reposo,
mi alma mantiene espantosas vigilancias
más intensas de lo que el infierno apenas sabe.

Desde la tenebrosa mansión de la tumba
desde las profundas regiones de los muertos
el fantasma de Segismundo vaga
y me persigue horriblemente en mi cama.

Allí, vestido de forma infernal,
(de una manera que yo no entiendo)
el duende yace cerca de mí
y bebe mi sangre vital.

Chupa de mis venas la vida que fluye
y drena la fuente de mi corazón.
¡Oh Gertrudis, Gertrudis! ¡Mi querida esposa!
Indecible es mi dolor.

Cuando está saciado, el horrendo duende
con el banquete de la sangre amamantada
se retira a su sepulcro
hasta que la noche lo invita a venir una vez más.

Luego él terriblemente volverá
y de mis venas los jugos de la vida drenará;
mientras que yo, inerte, lloro con angustia
y me sacudo con dolor agonizante.

Pronto estoy exhausto, gastado,
su carnaval está casi acabado;
mi alma está hendida con agonía.
mañana no estaré más.

Pero, oh Gertrudis, mi querida esposa.
Las más penetrantes punzadas al fin permanecerán
pues muerto, yo también buscaré tu vida;
tu sangre por Herman será drenada.

Pero para evitar este horrible destino,
en cuanto muera y yazca en tierra
cruza mi cuerpo con una jabalina;
esto prevendrá mi regreso.

Oh mira conmigo esta última y triste noche,
miremos en tu habitación aquí solos
pero cuidadosamente esconde la luz
hasta que escuches mi quejido de despedida.

Entonces a la hora en que la campana de vísperas
de aquel convento repique
ese repique llamará a mi despedida
y el cuerpo de Herman estará frío.

"Entonces, y sólo entonces, tu lámpara descubre,
el rayo primero, la luz radiante
harán asustar al duende a mi lado
y lo hará visible a la vista."

Toda la noche la pobre Gertrudis
estuvo sentada vigilando a su moribundo marido;
toda la noche ella lloró el destino
del objeto que su alma adoraba.

Entonces, a la hora en que la campana de vísperas
de aquel convento tristemente sonó
su despedida fue entonces repicada
y el desventurado Herman estaba frío.

Justo en ese momento Gertrudis descubrió
de debajo de su capa la escondida luz,
cuando, ¡horrible!, ella tuvo a la vista
la sombra de Segismundo. ¡Triste visión!

El indigno puso sus coléricos ojos en blanco
Que brillaban con mirada salvaje y terrorífica,
Y con sorpresa contempló por un momento
Pasmado la esclarecedora iluminación.

Sus cadavéricas mandíbulas estaban embadurnada
con coagulada matanza
y todo este horror parecía distante
y lleno con sangre humana.

Con horrible ceño el espectro huyó.
Ella chilló muy alto, luego se desvaneció.
El desventurado Herman en su cama
Todo pálido, un cuerpo sin vida yacía.

Al día siguiente en consejo fue decretado
(impulsado a petición del estado)
que la naturaleza escalofriante debería ser liberada
de pestes como esta antes de que fuera demasiado tarde.

El coro entonces llenó la cúpula del funeral
donde Segismundo estaba enterrado,
y lo encontró, aunque dentro de su tumba
aún templado como la vida y sin deterioro.

Su cara no estaba manchada de sangre.
Ensangrentados estaban sus temerosos ojos.
Cada signo de vida pasada permanecía
aunque allí sin movilidad yacía.

Ellos llevaron al mismo sepulcro
el cuerpo de Herman
y a través de los dos cadáveres introdujeron
profunda en la tierra, una afilada estaca.

Así acaba su carrera,
con esto no podrán vagar más.
De ellos no tendrán que temer más sus amigos.
Los dos guardan silenciosos la inactiva tumba.

domingo, 10 de marzo de 2013

LA LUJURIA DE LOS OJOS, DE ELIZABETH SIDDAL.


No rezo por el alma de mi Dama,
aunque antaño haya adorado su sonrisa.
Su destino final no me atormenta,
ni cuándo su belleza perderá su encanto.

Sólo me siento a los pies de mi Dama,
mirando fijo sus ojos salvajes,
sonriendo al pensar cómo mi amor huirá
cuando su radiante belleza muera.

No me atribulan las plegarias de mi Dama,
pues sordo yace nuestro Padre en el cielo.
Mi corazón late con alegre melodía
al sentir que su amor me ha sido otorgado.

Entonces, ¿quién cerrará los ojos de mi Dama?
¿Quién doblará sus frágiles manos?
¿Alguien la asistirá cuando sus ojos lluevan,
mientras, silenciosa, camine hacia las Tierras Desconocidas?

viernes, 8 de marzo de 2013

LA CARICIA PERDIDA, DE ALFONSINA STORNI.




Se me va de los dedos la caricia sin causa,
se me va de los dedos... En el viento, al pasar,
la caricia que vaga sin destino ni objeto,
la caricia perdida ¿quién la recogerá?

Pude amar esta noche con piedad infinita,
pude amar al primero que acertara a llegar.
Nadie llega. Están solos los floridos senderos.
La caricia perdida, rodará... rodará...

Si en los ojos te besan esta noche, viajero,
si estremece las ramas un dulce suspirar,
si te oprime los dedos una mano pequeña
que te toma y te deja, que te logra y se va.

Si no ves esa mano, ni esa boca que besa,
si es el aire quien teje la ilusión de besar,
oh, viajero, que tienes como el cielo los ojos,
en el viento fundida, ¿me reconocerás?

miércoles, 6 de marzo de 2013

LA LUNA ES UNA AUSENCIA, DE CAROLINA CORONADO.


 
Y tú, ¿quién eres de la noche errante
aparición que pasas silenciosa,
cruzando los espacios ondulantes
tras los vapores de la nube acuosa?

Negra la tierra, triste el firmamento,
ciegos mis ojos sin tu luz estaban,
y suspirando entre el oscuro viento
tenebrosos espíritus vagaban.

yo te aguardaba, y cuando vi tus rojos
perfiles asomar con lenta calma,
como tu rayo descendió a mis ojos,
tierna alegría descendió a mi alma.

¿Y a mis ruegos acudes perezosa
cuando amoroso el corazón te ansía?
Ven a mí, suave luz, nocturna, hermosa
hija del cielo, ven: ¡por qué tardía!

sábado, 2 de marzo de 2013

RIMA XII, DE GUSTAVO ADOLFO BÉCQUER.


        

Porque son, niña, tus ojos
verdes como el mar, te quejas;
verdes los tienen las náyades,
verdes los tuvo Minerva,
y verdes son las pupilas
de las hourís del Profeta.



El verde es gala y ornato
del bosque en la primavera;
entre sus siete colores
brillante el Iris lo ostenta,
las esmeraldas son verdes;
verde el color del que espera,
y las ondas del océano
y el laurel de los poetas.



Es tu mejilla temprana
rosa de escarcha cubierta,
en que el carmín de los pétalos
se ve al través de las perlas.



Y sin embargo,
sé que te quejas
porque tus ojos
crees que la afean,
pues no lo creas.



Que parecen sus pupilas
húmedas, verdes e inquietas,
tempranas hojas de almendro
que al soplo del aire tiemblan.



Es tu boca de rubíes
purpúrea granada abierta
que en el estío convida
a apagar la sed con ella.



Y sin embargo,
sé que te quejas
porque tus ojos
crees que la afean,
pues no lo creas.



Que parecen, si enojada
tus pupilas centellean,
las olas del mar que rompen
en las cantábricas peñas.



Es tu frente que corona,
crespo el oro en ancha trenza,
nevada cumbre en que el día
su postrera luz refleja.



Y sin embargo,
sé que te quejas
porque tus ojos
crees que la afean:
pues no lo creas.



Que entre las rubias pestañas,
junto a las sienes semejan
broches de esmeralda y oro
que un blanco armiño sujetan.



Porque son, niña, tus ojos
verdes como el mar te quejas;
quizás, si negros o azules
se tornasen, lo sintieras.