domingo, 29 de septiembre de 2013

AMOR ENTERRADO, DE SARA TEASDALE.


He venido a enterrar el Amor
debajo de un árbol,
en el bosque negro y alto,
donde nadie lo pueda ver.

No pondré flores en su cabeza,
ni una lápida a sus pies,
pues esos labios que tanto amaba
fueron amargos, nada.

No volveré al sepulcro,
pues el bosque es frío.
reuniré toda la alegría
que mis manos puedan abarcar.

Estaré todo el día bajo el sol,
donde los salvajes vientos soplan,
pero lloraré por las noches,
cuando no haya nadie para escuchar.

jueves, 26 de septiembre de 2013

UNA DESPEDIDA, DE ALGERNON CHARLES SWINBURNE.


Vámonos de aquí, canciones mías; ella no escuchará.
Vámonos de aquí juntos sin temor.
Guardad silencio, pues ha pasado el tiempo de cantar;
las viejas y queridas cosas han acabado.
Ella no nos ama, ni a vosotras ni a mí, como nosotros la amamos
Sí, aunque cantásemos como ángeles en su oído, ella no escucharía.

Levantémonos y partamos; ella no lo sabrá.
Vayamos hacia el mar como los grandes vientos,
henchidos de espuma y arena; ¿de qué vale quedarnos?
De nada sirve, pues las cosas son así,
y el mundo entero es amargo como una lágrima.
Y, aunque os esforzárais en mostrar cómo son las cosas,
ella no lo sabría.

Vamos a casa, pues; ella no llorará.
Dimos al amor muchos sueños y días que guardar,
flores sin aroma, y frutos que no crecían,
diciendo: "Si quieres, pasa la hoz y siega".
Todo está ya segado; no queda hierba que cortar.
Y a los que hemos sembrado, aunque el sueño nos venciera,
ella no lloraría.

Vámonos de aquí y descansemos; ella no amará.
No oirá si cantamos acerca de esto,
ni verá los caminos del amor, cuán dolorosos y escarpados son.
Venid pues, que así sea, quedaos calladas; ya basta.
El amor es un mar baldío, amargo y profundo;
y, aunque ella contemplara el cielo entero en flor allá arriba,
ella no amaría.

Abandonemos, alejémonos; a ella no le importará.
Aunque todas las estrellas convirtieran el aire en oro,
y el incansable mar viera ante sí moverse
una flor de luna que emebelleciera todas las flores de espuma;
aunque nos cubrieran las olas y arrojaran
a la profundidad los labios ardientes y el cabello ahogado,
a ella no le importaría.

Vámonos de aquí; ella no lo verá.
Cantemos todos, una vez más, juntos; acaso ella,
ella también, al recordar días y palabras que fueron,
se volverá un poquito hacia nosotros, suspirando; pero nosotros
ya nos habremos ido, nos habremos marchado,
como si nunca hubiésemos estado aquí.
No, ni aunque todos los hombres al verlo se apiadaran de mí,
ella no lo vería.

domingo, 22 de septiembre de 2013

OTOÑO, DE ELIZABETH ELEANOR SIDDAL.

 
Sobre su nueva y brillante tumba
las hojas de otoño están cayendo,
donde la hierba alta se inclina oyendo
el murmullo incesante de las olas.

Anciano otoño, estoy aquí
con mis espigas en cada mano;
pronuncia la palabra del olvido,
sólo el reposo parece bueno para mi.

miércoles, 18 de septiembre de 2013

EL VIENTO QUE SACUDE LAS ESPIGAS, DE KATHARINE TYNAN HINKSON.


Hay música en mi corazón todo el día,
la oigo en la aurora y en el crepúsculo,
proviene de ignotas tierras lejanas,
el viento que sacude las espigas.

Por encima de los montes bañados en rocío
el cielo cuelga suave y perlado,
un mundo de esmeraldas escucha deseando
al viento que sacude las espigas.

Sobre las cimas azuladas de las montañas
la alondra esconde su melodía,
y las rocas continúan la sinfonía
del viento que sacude las espigas.

Incluso en el verano, atravesada la primavera,
me convoca tarde y temprano,
vuelve a casa, vuelve al hogar, así suspira
el viento que agita las espigas.

domingo, 15 de septiembre de 2013

EL JARDÍN DE PROSERPINA, DE ALGERNON CHARLES SWINBURNE.

 
Aquí, donde el mundo está en calma,
aquí, donde toda tribulación es un
tumulto de vientos muertos y olas agotadas,
en un dudoso sueño de sueños,
veo crecer los campos verdes,
entre sembradores y cosechadores,
entre la cosecha y la siega,
un mundo de arroyos perezosos.

Estoy cansado de risas y lágrimas,
y de los hombres que lloran y ríen,
del futuro del sembrador y su cosecha.
Estoy cansado de los días y las horas,
de trémulos capullos entre flores estériles,
de deseos y ensueños de gloria,
y de todo, excepto el Sueño.

Aquí, la Vida es vecina de la Muerte,
lejos del oído y la vista
se afanan las olas pálidas y los húmedos vientos;
giran los débiles barcos y los espíritus,
vagan errando con la marea,
sin saber hacia dónde se dirigen sus pasos.
Aquí, esos vientos no soplan,
y aquí, no crecen esas cosas.

Aquí, no crecen hierbas ni malezas,
flores de brezo o vides;
sino estériles brotes de amapola,
verdes racimos de Proserpina,
blancas vasijas de ondulantes juncos.
Aquí nada florece o colorea,
excepto esta flor,
de la que Ella extrae para los hombres
un néctar mortal.

Aunque uno tuviese la fuerza de siete,
también conocerá la Muerte;
no despertará con alas en el Cielo,
ni lamentará las penas del Infierno.
Aunque fuera hermoso como las rosas,
su belleza se nublará y decaerá;
y por más que en el Amor descanse,
su fin no será bueno jamás.

Pálida, detrás de atrios y pórticos,
coronada de tranquilas hojas,
allí está quien recoge los frutos mortales,
con sus manos blancas e inmortales;
sus labios son más dulces
que los del Amor, que le temen;
más dulces para esos hombres que se confunden,
y llegan cansados de muchas épocas y tierras.

Ella cuida de uno y de otro,
cuida de todos los mortales,
y olvida la Tierra, su madre;
y la vida de los frutos y los vegetales,
y la primavera y los granos,
y las golondrinas que se alejan y la siguen,
allí dónde los cantos helados suenan en falso
y las flores son despreciadas.

Allí van los amores marchitos,
los viejos amores con sus alas cansadas;
y todos los años muertos,
y todos los desastres;
sueños deshechos de días olvidados,
ciegos capullos que la nieve ha arrancado,
hojas secas que el viento se ha llevado,
rojos peregrinos de fuentes arruinadas.

No estamos seguros de la tristeza,
y la alegría nunca fue segura;
el hoy morirá mañana,
y el Tiempo no oye ningún llamado;
y el Amor, débil e indolente,
suspira con labios arrepentidos,
llorando la brevedad de los amores
con los ojos del Olvido.

Por excesivo amor a la vida,
por la esperanza y el temor liberados,
brevemente agradecemos a los dioses,
sin importar quiénes sean,
que la vida no sea eterna,
que nunca los muertos se levanten,
que hasta el río más perezoso
llegue en sus giros al reposo del mar.

Porque entonces las estrellas no nos despertarán,
ni el sol con sus resplandores de luz;
ni el murmullo de las aguas inquietas,
ningún sonido y ninguna visión,
ni hojas estivales ni hojas invernales,
ni días ni cosas diurnas;
sólo un eterno sueño,
en una eterna noche.

viernes, 13 de septiembre de 2013

CUANDO EL OJO DEL DÍA SE CIERRA, DE A. E. HOUSMAN.


Cuando el ojo del día se cierra
y emiten sus guiños las estrellas
cerca de mi cabaña forestal
truena furioso el bosque de los sueños.

Hundidos en arena de alta mar
todos los corazones que me amaron
y que no volverán a amarme
vienen hasta mi puerta a reclamarme.

Dormid inmóviles, volved a aquellas
arenas que os cubrieron de olvido.
En lejanas moradas, sobre lechos
vacíos, descansad.

Sobre el eterno polvo o en el cieno
allí donde no perturbéis mis noches.
Dormid allí. Que nunca mas volváis
a derribar mi puerta y reclamarme.

miércoles, 11 de septiembre de 2013

UN MAIZAL VERDE, DE CHRISTINA ROSSETTI.


La tierra era verde, el cielo era azul:
Yo vi y oí en una mañana de sol
una alondra colgando entre los dos,
una silueta que cantaba sobre los granos;

y justo debajo, en alegre compás,
mariposas blancas agitaban las alas,
y de todos modos la alondra se elevó,
silenciosa se hundió y se elevó para cantar.

El maizal extendió su tierno verde
alrededor de mis pasos;
yo sabía que había un nido oculto
un secreto auditorio entre el millón de tallos.

Y al detenerme para oír su voz,
mientras se deslizaba el instante de sol,
Quizás su amante se sentaba, encantado,
a oír el final de aquella canción.

lunes, 9 de septiembre de 2013

DESPUÉS DEL AMOR, DE SARA TEASDALE.


Ya no existe la magia,
nos conocimos como otras personas,
tus ojos ya no obran milagros,
tampoco mis besos en tus manos.

Tu has sido el viento y yo el mar,
¿esplendores? Nunca más,
he crecido apática como el lago
que duerme junto a la orilla.

Y aunque el lago esté a salvo de la tormenta,
y del caprichoso baile de la marea,
aquello que todos ven en mi como Paz,
es tan amargo como la oscuridad del mar.

martes, 3 de septiembre de 2013

SOBREVIVÍ LA NOCHE, DE EMILY DICKINSON.

 
De algún modo sobreviví la noche
y entré en el día.
Al salvado le basta su salvación
aunque no sepa el cómo.

Así tomo mi lugar entre los vivos,
como alguien me escoltase,
candidata al azar de la mañana
pero citada con los muertos.