viernes, 29 de noviembre de 2013

NO PUDE DETENERME ANTE LA MUERTE, DE EMILY DICKINSON.


Porque no pude detenerme ante la muerte,
amablemente ella se detuvo ante mí;
el carruaje solo nos encerraba a nosotros
y a la inmortalidad.

Condujimos lentamente,
ella no sabe de apuros;
y por su cortesía debí abandonar mis labores
e incluso mis ratos de ocio.

Pasamos por la escuela donde jugaban los niños
sus lecciones apenas concluidas;
pasamos frente a los campos de pastoreo
y ante el sol que se ponía,

Nos detuvimos ante una casa que parecía
una hinchazón de la tierra;
su techo, solo visible,
su cornisa, apenas un montículo.

Desde entonces han pasado siglos;
pero cada uno parece más corto
que el día en que anuncié por vez primera
que las cabezas de los caballos
apuntaban hacia la eternidad.

lunes, 25 de noviembre de 2013

LAS DOS BUENAS HERMANAS, DE CHARLES BAUDELAIRE.

 
Libertinaje y Muerte, son dos buenas muchachas,
pródigas de sus besos y ricas en salud
cuyo virginal flanco, que los harapos cubren,
bajo la eterna siembra jamás fructificó.

Al poeta siniestro, tara de las familias,
valido del infierno, cortesano sin paga,
entre sus recovecos, muestran tumba y burdel,
un lecho que jamás la inquietud frecuentó

y la caja y la alcoba, en fecundas blasfemias,
por turno nos ofrecen, como buenas hermanas,
placeres espantosos y dulzuras horrendas.

Licencia inmunda ¿cuándo por fin me enterrarás?
¿Cuándo llegarás, Muerte, su émula fascinante,
a injertar tus cipreses en sus mirtos infectos?

lunes, 18 de noviembre de 2013

ECOS DE LA CASA DEL AMOR, DE WILLIAM MORRIS.


El Amor nos regala cada don que nos permite vivir.
El Amor nos roba cada don que nos evita sufrir.

El Amor desata los labios en palabras de vanidad.
El Amor ata los labios cuando se dice una verdad.

El Amor aclara los ojos que de otro modo serían fríos.
El Amor ciega los ojos de todos, salvo los tuyos y los míos.

El Amor torna la vida en dicha, hasta que nada tengamos que desear.
El Amor torna la vida en desdicha, hasta que en vano podamos desear.

El Amor, que todo lo cambia, que nunca arrebate mi candor.
El Amor, que todo lo cambia, que me libere de este dolor.

El Amor quema al mundo en un inmutable cielo de placer.
El Amor quema al mundo en una cambiante tumba en donde yacer.

Y allí nosotros dos fuimos abandonados, sin necesidad de trabajar.
Y allí fui sólo abandonado, sin que nadie me llegue a extrañar.

Yo te elogio, Amor, ¡pues la felicidad ha triunfado!
¿Es esta plegaria suficiente para curar mi corazón destrozado?

viernes, 15 de noviembre de 2013

HERMOSA ELENOR, DE WILLIAM BLAKE.


La campana dio la una estremeciendo la torre silenciosa.
Las tumbas entregan sus muertos: la hermosa Elenor
ha pasado junto al portal del castillo y, deteniéndose,
mira a su alrededor.
Un lamento sordo recorrió las siniestras bóvedas.

Gritó fuerte y rodó por los peldaños.
Sus mejillas pálidas dieron contra la roca yerta.
Nauseabundos olores de muerte
escapan como de un lóbrego sepulcro.
Todo es silencio, salvo el suspiro de las bóvedas.

La helada muerte retira su mano, y la doncella revive.
Asombrada se encuentra de pie,
y como ágil espectro, por estrechos corredores anda,
sintiendo el frío de los muros en sus manos.

Retorna la fantasía y piensa entonces en huesos,
en cráneos que ríen,
y en la muerte corruptora envuelta en su mortaja.
No tarda en imaginar hondos suspiros,
y lívidos fantasmas que por allí se deslizan.

Al fin, no la fantasía, sino la realidad,
atrae su atención. Un ruido de pasos,
de alguien que corre, se acercan. Ellen se detuvo
como una estatua muda, helada de terror.

El condenado se acerca gimiendo: "El mal está hecho;
toma esto y envíalo por quien fuere.
Es mi vida. Envíalo a Elenor.
¡Muerto está, pero clama tras de mí, sediento de sangre!"

¡Toma!, exclamó, arrojando a sus manos
un paño húmedo y envuelto. Luego huyó
gritando. Ella recibió en sus manos
la pálida muerte y le siguió en alas del espanto.

Atravesaron presurosos las rejas exteriores.
El desdichado, sin dejar de ulular, saltó el muro, cayendo al foso
y ahogándose en el cieno. La hermosa Ellen cruzó el puente
y oyó entonces un tétrica voz que preguntaba: ¿Lo has hecho?

Como herida y frágil gacela, Ellen corre
por la llanura sin caminos. Como aérea flecha nocturna
hacia la destrucción, desgarrando la oscuridad,
huye del terror hasta volver al hogar.

Sus doncellas la esperaban. Sobre su lecho cae,
aquel lecho de alegrías donde en otro tiempo su Señor
la abrazara.
¡Ah, espanto de mujer!, exclamó, ¡Ah, maldecido duque!
¡Ah, mi amado Señor! ¡Ah, miserable Elenor!

¡Mi Señor era como una flor sobre las sienes
del lozano mayo! ¡Ah, vida, frágil como la flor!
¡Oh, lívida muerte! ¡Aparta tu mano cruel!
¿Pretendes acaso que florezca para adornar
tus horribles sienes?

Mi Señor era como una estrella en lo alto de los cielos,
arrastrada a la Tierra mediante hechizos y conjuros;
mi Señor era como los ojos del día al abrirse,
cuando la brisa de occidente danza sobre las flores.

Pero se oscureció. Como el mediodía estival,
se nubló; cayó como el majestuoso árbol talado;
moró entre sus hojas el aliento de los cielos.
¡Oh, Elenor, débil mujer abatida por el infortunio!

Tras hablar así levantó la cabeza,
viendo junto a ella el ensangrentado paño
que sus manos trajeron. Entonces, diez veces
más aterrada, vio que sólo se desenvolvía.

Su mirada estaba fija. La sangrante tela se abre
descubriendo a sus ojos la cabeza
de su amado señor; amarillenta y cubierta
de sangre seca, la cual, tras gemir, así habló:

Oh, Elenor, soy lo que queda de tu Señor
que; mientras reposaba sobre las piedras
de la lejana torre,
fue privado de la vida por el miserable duque.
¡Un villano mercenario cambió mi sueño en muerte!

¡Oh, Elenor, cuídate del perverso duque!
No le des tu mano, ahora que muerto yazgo.
Tu amor busca quien, cobarde y al amparo de las sombras
invita rufianes para arrebatarme la vida.

Ella se dejó caer con miembros yertos,
rígida como la piedra.
Tomando la ensangrentada cabeza entre sus manos,
besó los pálidos labios. No tenía lágrimas que derramar.
La llevó en su seno y lanzó su último gemido.

lunes, 11 de noviembre de 2013

PROVERBIOS DEL INFIERNO, DE WILLIAM BLAKE.

 

  • La cólera del león es la sabiduría de Dios.
  • La desnudez de la mujer es obra de Dios.
  • El exceso de pena ríe; el exceso de dicha llora.
  • El rugir de los leones, el aullido de los lobos, el oleaje furioso del mar huracanado y la espada destructora son porciones de la eternidad demasiado grandes para que las aprecie el ojo humano.
  • El zorro condena a la trampa, no a sí mismo.
  • El júbilo impregna; las penas procrean.
  • Que el hombre vista la melena del león y la mujer el vellón de la oveja.
  • Para el pájaro el nido, para la araña su tela, para el hombre la amistad.
  • El egoísta y sonriente necio y el necio que frunce malhumorado el ceño han de considerarse sabios, que podrían ser cetros.
  • Lo que hoy está probado, en su momento era sólo algo imaginado.
  • La rata, el ratón, el zorro y el conejo vigilan las raíces; el león, el tigre, el caballo y el elefante vigilan los frutos.
  • La cisterna contiene; el manantial rebosa.
  • Un pensamiento llena la inmensidad.
  • Presto has de estar para decir lo que piensas que así el ruin te evitará.
  • Todo lo que es posible creerse es imagen de la verdad.
  • Nunca el águila malgastó tanto su tiempo como cuando se avino a aprender del cuervo.
  • El zorro provee para sí mismo; pero Dios provee para el león.
  • Piensa por la mañana, actúa a mediodía, come al anochecer y duerme por la noche.
  • Quien ha sufrido tus imposiciones, te conoce.
  • Como el arado sigue a las palabras, Dios recompensa las plegarias.
  • Los tigres de la ira son más razonables que los caballos de la instrucción.
  • Del agua estancada espera veneno.
  • No sabrás lo que es bastante hasta saber lo que es más que suficiente.
  • ¡Escucha los reproches de los tontos! ¡Forman un título regio! Los ojos del fuego, las narices del aire, la boca del agua las barbas de la tierra.
  • El débil en coraje es fuerte en astucia.
  • El manzano nunca pregunta al haya cómo ha de crecer tal como el león no interroga al caballo sobre cómo atrapar la presa.
  • Quien recibe agradecido da copiosas cosechas.
  • Si otros no hubiesen sido tontos, tendríamos que serlo nosotros.
  • El alma de la dulce delicia no puede mancillarse. ver un águila ves una porción de genio. ¡Alza la cabeza!
  • Tal como la oruga elige las hojas mejores para depositar en ellas sus huevos, el sacerdote reserva su anatema para las mejores dichas.
  • Crear una florecilla es labor de eras.
  • La condena estimula, la bendición relaja.
  • El mejor vino es el más añejo; la mejor agua, la más nueva.
  • ¡Las oraciones no aran!
  • ¡ Los elogios no cosechan!
  • La cabeza es lo Sublime; el corazón, lo patético; los genitales, la Belleza; manos y pies son la Proporción.
  • Como el aire es al ave o el mar al pez es el desdén para el despreciable.
  • El cuervo quisiera que todo fuese negro; el buho, que todo fuese blanco.
  • La exuberancia es belleza.
  • Si el león recibiese consejos del zorro, sería astuto.
  • El perfeccionamiento traza caminos rectos; pero los torcidos y sin perfeccionar son los caminos del genio.
  • Mejor matar a un niño en su cuna que alimentar deseos que no se llevan a la práctica.
  • Donde no está el hombre, la naturaleza es estéril.
  • La verdad nunca puede decirse de modo que sea comprendida sin ser creída.
  • ¡Basta! o demasiado.
  • Los antiguos poetas animaban todos los objetos sensibles con dioses o genios. Les prestaban nombres de bosques, ríos, montañas, lagos ciudades, naciones y de todo lo que sus dilatados y numerosos sentidos podían percibir, y en particular estudiaban el genio de cada ciudad o país y los colocaban bajo el patrocinio de su divinidad mental. Hasta que se formó un sistema del cual algunos se aprovecharon para esclavizar al vulgo pretendiendo comprender o abstraer las divinidades mentales de sus objetos. Así comenzó el sacerdocio. Que escogió formas de culto tomándolas de cuentos poéticos. Hasta que por fin sentenciaron que eran los dioses quienes habían ordenado aquello.
  • Así los hombres olvidaron que todas las deidades residen en el pecho humano.

lunes, 4 de noviembre de 2013

EL AMOR VIVE MÁS ALLÁ DE LA TUMBA, DE JOHN CLARE.


El amor vive más allá de la tumba,
de la tierra que se desvanece como una sombra.
Yo amo en los abismos,
pues el fiel y verdadero amor
yace en un sueño eterno;
la felicidad de las suaves noches
llora en la víspera del rocío,
donde el amor jamás es reproche.
Lo he visto en las flores,
y en la ansiosa gota de lluvia
sobre la tierra de verdes horas,
y en el cielo con su inmortal azul.

Lo he oído en la primavera,
cuando la luz certera,
cálida y amable,
flota sobre las alas del ángel,
trayendo amor y música en el aire.
¿Y dónde está la voz,
tan joven, tan hermosa, tan radiante,
que envuelve el encuentro de los amantes?
El amor vive más allá de la tumba,
de la tierra, las flores y la sombra,
yo amo sus torturas,
sus jóvenes y fieles tersuras.

sábado, 2 de noviembre de 2013

ADÁN Y SU COMPAÑERA, DE JUAN AROLAS.

 
Huyamos de sus iras; mas ¿adónde?
Si no apaga su sol, ¿quién nos esconde
del ofendido Dios?
Y si de noche oscura se presenta,
¿no hará con su mirada, que calienta,
cenizas de los dos?

¿Nos esconderá el mar que ronco truena?
¡El mar!... ¡el mar!... un escalón de arena
que, si lo salva el pie,
detrás de onda benéfica que halaga
se estrella otra mortífera que traga,
¡y nada más se ve!

Y a los altivos montes ¿quién acude,
si, pasando su sombra, los sacude
con hórrido temblor?
¿Si encorvarán sus cimas de malezas,
oprimiendo tal vez nuestras cabezas,
malditas del Señor?

¿Sabes, di, algún lugar árido y triste,
que de abrojos y espinas se reviste,
sin flores por tapiz,
do estrechando los brazos criminales
cerremos en la noche de los males
el párpado infeliz?

¿Y no llegue su enojo a tales climas,
reventando en volcanes por las cimas,
y removiendo el mar?
¿Y podamos, por único consuelo,
no contemplar la luz y ver el cielo,
tan sólo respirar?

¿Do no suene su voz que me acobarde?
¿Do no vuele en las brisas de la tarde,
que él mismo embalsamó?
¿Ni encienda esas estrellas que ama tanto,
crisólitos caídos de su manto,
que en torno sacudió?

¿Y será que se olvide de mi nombre
y nada le recuerde que hizo al hombre
que al lado tuyo ves?
¿Y no cuente, al fulgor de sus destellos,
ninguno de mis días, ni cabellos,
ni huellas de mis pies?

Mas ¡ah!, que con su dedo omnipotente
sostiene todo mar y continente;
y el dedo encogerá,
y, desquiciado entonces con asombro,
para vagar en átomos de escombro.
El mundo caerá.

¡Oh amada realidad de sueños míos!
tú, nacida al frescor de cuatro ríos,
en medio del Edén,
arrastrarás conmigo y con tus penas
por páramos de estériles arenas
tu maldición también.

¿Quién te igualó en riqueza y hermosura
antes de aquel instante sin ventura
de amargo frenesí?
¿Antes que aquella sombra te halagase
y aquel fruto de muerte mancillase
tus labios de rubí?

Las fuentes retrataban tu contento,
y de tu blanco seno el movimiento,
tu risa y tu mirar;
y tus ojos de llanto no sabían,
y tus hondas entrañas no mordían
las limas del pesar.

Las aves cariñosas te cantaban,
las brisas tu cabello acariciaban
con ósculos de amor,
y cuando la pisó tu pie de nieve,
no perdió de amorosa ni de leve
la más delgada flor.

Yo bebía en tus ojos dulce encanto,
y envidiaba mi dicha el ángel santo,
y el mismo serafín,
que, al eco de tu voz, dejaba el cielo,
por gozar tu mirada de consuelo,
volando en el jardín.

¡Oh cómo se acabaron tales días
y se rasgó su tela de alegrías,
bordada de placer!
¿Do estáis, auroras puras y brillantes?
¿Volasteis a otros climas muy distantes,
para jamás volver?

Ya el sol con su luz clara no consuela;
siento mi desnudez que el frío hiela,
y encuentro sin calor
tus ósculos que libo y tu regazo,
y al buscar una dicha en un abrazo,
mi dicha es el dolor.

¿Y quién nos borrará de la memoria
nuestro pasado bien y nuestra gloria
y excelsa beatitud,
para que, sin tormentos, sin enojos,
cerremos breve instante nuestros ojos
con sueño de quietud?

¿Y quién ha de dormir, si está presente
del ofendido Dios omnipotente
la eterna maldición?
¿Si enluta nuestros pasos, nuestra vida,
y con llama feroz, desconocida,
nos quema el corazón?

¡Yo tiemblo de mirarme en su presencia!
resuena en mis oídos la sentencia
que nos dictó el gran Ser:
«Por cuanto mis preceptos no cumplisteis,
al polvo volveréis de do salisteis,
por solo mi querer.»

Esto dijo a su triste compañera
el hombre, en su desgracia lastimera,
maldito de su Dios;
y la fúnebre noche del pecado,
con un manto de sombras enlutado,
cayó sobre los dos.