sábado, 14 de mayo de 2011

UNA NUEVA VIDA. 11ª Parte: Nuevas Clases.



La vida nos sonreía, como padre e hijo, Carlos y yo vivíamos muy felices, tanto tiempo esperando y este sueño se había cumplido. Y esta felicidad de había contagiado a todos los que residían y trabajaban en la Hacienda. Todo iba viento en popa, los negocios estaban en auge, las cosechas fueron excelentes y la producción de vino se había multiplicado, incluso el negocio ganadero había mejorado bastante. Todo, absolutamente todo, estaba saliendo estupendamente. Vivíamos una bonanza económica bastante buena.
Estaba ya cayendo la tarde y como en muchas otras ocasiones me encontraba en el salón tocando mi piano, acariciando dulcemente las teclas del piano, llevaba poco tiempo tocando una bella melodía cuando noté su presencia, Ella volvía a estar conmigo, nuevamente acompañándome, tocando su arpa. Entre ambos tocábamos una hermosa obra musical.
- Me ha encantado volver a tocar con vos, Mi Amor.- le confesé.
- Yo soy de la misma opinión, ha sido realmente maravilloso, como siempre lo ha sido, Mi Vida.- me dijo Ella.
- Os añoraba, ya hacía días que no me visitabais.- le recriminé, pero en realidad nunca podría enojarme con Ella.
- ¿Acaso necesitabais de mi presencia?- preguntó con una picara sonrisa.
- Yo siempre he necesitado de vuestra presencia, sin vos a mi lado es como si me faltara algo.- le respondí mirándole a los ojos.
- Pero ahora ya tenéis un hijo, Carlos llenará ese vacío.- me dijo Ella muy contenta.
- Es cierto que siempre he anhelado ser Padre, y Carlos llenará un vacío que había en mi corazón. Pero el vacío que me dejasteis con vuestra muerte, ese vacío, jamás, nunca se llenará, a no ser que seáis vos quien lo llene.- le confesé a Ella, sin dejar de mirarle a los ojos y sin pestallear ni una sola vez.
- Es por cosas como esta, por lo que os amo tanto.- me dijo.- Es imposible no amaros.
- Yo también os amo, en cuerpo y alma, y siempre os amaré. En el corazón no se manda, con el corazón solamente sentimos, y lo que realmente siento, es que mi corazón es vuestro y lo será para toda la eternidad.- le declaré a Ella.
Ella se acercó a mí y posando sus labios sobre los mios, me dio un apasionado beso. Yo la abracé, quería sentirla junto a mí, sentir su aliento, sentir el aroma de sus cabellos y sentir el roce de su piel. Cuando estoy así con Ella desearía que el mundo se detuviera, para que un momento así no terminase nunca, pero el tiempo no puede detenerse, y de sobra es sabido que estos momentos tarde o temprano se acaban, nunca duran para siempre.
- Amor mio, he de marcharme.- me informó.
- No, no quiero.- protesté sin dejar de abrazarla.
- Pero alguien viene.- me informó.
- ¿Volveré a veros pronto?- le pregunté con los ojos humedecidos.
- Pronto, muy pronto, ahora atended a vuestro hijo.- me respondió mientras se desvanecía en el aire igual que se desvanecen los sueños.
Justo en ese preciso momento alguien llamaba a la puerta, estaba claro que quien llamaba a la puerta era Carlos, además de que me lo había dicho Ella, estaba claro que era Carlos, ya que los golpes en la puerta sonaron algo débiles.
- Pasad Carlos, adelante, entrad.- le pedí.
Carlos abrió la puerta y asomando la cabeza me preguntó muy asombrado:
- ¿Pero, como sabíais que era yo?
- Es que tengo un Ángel de la Guarda, que me informó de que venías.- le dije con una gran sonrisa.
- Padre, ¿os estáis burlando de mí?- preguntó algo molesto.
¡Dios!, como me gustaba oír esa palabra de su boca: PADRE; me sentía tan contento cada vez que me llamaba así, me llenaba tanto de orgullo oírle decir PADRE.
- No, Hijo, ¿que es lo que os preocupa?- le pregunté a Carlos con curiosidad.
- No, no me preocupa nada.- me contestó tímidamente.
- Entonces, dime, ¿qué es lo que tienes?. ¿te sientes mal?- le pregunté algo preocupado.
- No, si estoy perfectamente, es que...- dijo con la mirada clavada en el suelo, como si tuviera vergüenza de hablar conmigo.
- Tranquilizaos Carlos, puedes contarme todo lo que quieras, ¿o acaso quieres pedirme algo?- le pregunté.
- Bueno, es que os he oído tocar el piano hace un momento.- me dijo.- y muchas veces os he escuchado antes.
- Si, suelo tocar mucho el piano, desde hace muchos años.- le informé.- puedes venir a escucharme tocar, cuando quieras, siempre que quieras.
- Sí, me encantaría.- me dijo sonriente.- pero, lo que quiero es pediros otra cosa.
- Muy bien, pedidme lo que queráis.- le concedí, como sería capaz de negarle algo a mi hijo.
- Quisiera..., quisiera aprender a tocar el piano.- me pidió Carlos.- y que vos seáis quien me enseñe.
- Pero yo nunca he enseñado a tocar el piano a nadie.- le informé.- quizás no sea un buen profesor.
- Me encantaba cuando antes me dabais clases, no digo que María sea mala profesora, me encanta sus clases.- me dijo.- pero hecho de menos esos momentos. ¡QUIERO QUE MI PADRE ME ENSEÑE A TOCAR EL PIANO! Seguro que seréis un buen profesor, quiero que seáis mi profesor de nuevo.
- Esta bien, lo intentaremos, a ver como se me da.- le dije a Carlos.- pero hay que hablarlo con María, no quiero que esto afecte a tus clases con ella, tendrás que trabajar más duro, y tendrás menos tiempo libre para jugar y divertirte.
- Eso no me importa, me esforzaré más.- apuntó muy convencido.- mientras que seáis vos quien me enseñe a tocar el piano. Y así pasaré más tiempo con vos, con mi Padre.
- Pues de acuerdo.- comenté.- durante la cena, trataremos este asunto con María. Tenemos que reorganizar tus clases.
Algo más tarde, estábamos cenando el el comedor, como era habitual en María, ella solo comía, verduras, pasta y algo de fruta, no entiendo los gustos alimentarios tan raros de esta chica. Bueno, en fin, había llegado el momento de tratar con ella ese asunto que tanto le interesaba a Carlos, y por supuesto a mí también que me interesaba, tenía tantas ganas de enseñarle a Carlos a tocar el piano.
- ¡María!- llamé su atención.- Carlos y yo queríamos comentaros algo muy importante.
- Sí, ¿y de qué se trata?- preguntó María con curiosidad.
- Carlos me ha pedido que le enseñe a tocar el piano.- le dije.
- Es una genial idea.- comentó Juan.
- Sí, es fantástico.- dijo María.- pero no entiendo, ¿que tengo yo que ver con esto?
- De ningún modo quisiera que esto afectase a sus estudios.- le aclaré.
- ¿Por qué tendría que afectarle tocar el piano, a los demás estudios?- preguntó María.
- No quisiera que bajara su rendimiento.- le respondí.
- Para nada, Carlos es una gran estudiante.- apuntó María.- Seguro que esto no le afecta en absoluto.
- Sí, me esforzaré más, si es necesario.- dijo Carlos.- y estudiaré más horas al día, todas las que hagan falta.
- No te preocupes por eso Carlos.- le dijo María.- Eres un alumno muy aplicado, podrás con ello.
- Si pero, lo que no quiero, es que pierda algunas de sus clases, para aprender a tocar el piano.- le comenté a María.
- Eso por supuesto.- afirmó María muy seria.- mis clases son sagradas, nada de faltar a ninguna de ellas.
- Por eso he pensado, en darle clases de piano, durante las tardes, después de acabar sus estudios.- le dije.
- Me parece bien.- dijo María.- ¿pero no será muy duro para Carlos?
- No, no será duro.- respondió Carlos muy convencido.- podré con todo ello.
- Pues bien, que así sea.- dije.
- Padre e hijo tocando el piano,...- comentó Juan muy contento.
- Será algo digno de ver y de escuchar.- dijo María, con una graciosa sonrisa en su rostro.
- ¡Bien!- gritó Carlos lleno de alegría.
Un par de horas más tarde, cuando ya todo el mundo se había retirado a sus aposentos, yo me encontraba en el salón donde estaba con mi piano a solas, tomando una copa de brandy, estaba sentado al piano, pero sin tocarlo, tan solo acariciaba con la punta de mis dedos la madera de ébano negro.
- Sabes, amigo mio, dentro de muy poco tiempo, otra persona colocará sus pequeños dedos sobre estas teclas.- le hablé al piano.- él es mi hijo Carlos, y espero que os portéis tan bien con él, como lo habéis hecho conmigo. Yo sabré enseñarle también que os respete, de la misma manera que os respeto yo. Seguro que llegaréis a ser muy buenos amigos.
- Así que vais a volver a enseñar a Carlos, pero esta vez le enseñaréis a tocar el piano.- me dijo alguien que se sentó junto a mí en el taburete del piano.
- ¡Buenas noches, Mi Vida!- le saludé.- Sí, parece que voy a ser profesor de nuevo, pero esta vez profesor de música.
- ¡Mi amor! seréis un profesor extraordinario.- afirmó Ella.- con lo que amáis a la música, estoy segura que así será.
- Gracias, espero inculcarle ese amor por la música a Carlos, a mi hijo.- le dije muy ilusionado.
- Me encanta ver vuestro rostro iluminarse, cada vez que habláis de vuestro hijo.- me comentó Ella, a la vez que me regalaba un beso.
- Quisiera que vos también lo consideréis vuestro hijo.- le pedí a Ella.
- Desde luego, que ya lo considero como tal.- me respondió.- si es vuestro hijo, también es el mio, y le tengo un cariño especial, desde hace mucho tiempo.
- Gracias, muchas gracias.- le agradecí mientras le daba un abrazo y un beso.
- ¿Quisiera preguntaros una cosa?- me preguntó mirándome muy seriamente.
- Preguntadme lo que queráis.- le contesté.
- Si ya estabais dispuesto a enseñar a vuestro hijo a tocar el piano.- me comentó.- ¿por qué necesitabais la autorización de María?
- ¡Ah, eso!, dejadme explicaros.- le dije.- Cierto es, que ya había decidido darle clases de piano a Carlos, pero de ninguna manera le permitiría descuidar sus otras asignaturas. Por eso creé esta pantomima, y parece que María me siguió el juego, poniéndose algo seria. No quiero que Carlos piense, que le sería muy fácil conseguir todo lo que quisiera, quiero que aprenda a esforzarse, para conseguir sus sueños, no facilitándole las cosas demasiado. De esta manera también educo su carácter.
- Siempre he dicho que sois muy inteligente.- afirmó Ella, colocando su cabeza sobre mi hombro.- Sois un gran maestro, y seréis un gran padre.
- Eso intento, cariño.- le dije.- eso intento.
- Y lo lograréis.- me respondió.- de ello estoy segura, no tengo la menor duda.
A la mañana siguiente me desperté en el salón, me había quedado dormido allí, apoyado sobre el piano, estaba algo dolorido, pues la postura en la que dormí, no era muy cómoda. Pero no me importaba en absoluto, vale la pena todo sufrimiento, solo por estar con Ella, aunque solamente sea un segundo.
Me dirigí a mi alcoba para descansar, lo cierto es que me desperté totalmente agotado, estuve casi toda la noche con Ella, así que apenas había dormido nada. Mientras subía las escaleras para llegar al piso superior donde estaba mi habitación, me encontré con Juan, que ya estaba levantado, ocupándose de sus tareas de la casa.
- ¡Buenos días!- me saludó.
- No son tan buenos.- le respondí.
- ¿Os encontráis bien?- me preguntó.- lo cierto es que no tenéis buena cara.
- No, estoy agotado.- le contesté.- apenas he dormido, y lo poco que he dormido, lo he hecho en el salón, sobre el piano.
- En ese caso, será mejor que se vaya a descansar.- me aconsejó Juan.
- Si, eso voy a hacer.- le dije.- por favor, disculpadme ante Carlos y María.
- Perded cuidado, que así lo haré.- me dijo Juan.
- ¡Ah! Informa a Carlos que tras las clases con María, empezaremos con las clases, que me espere en las cuadras, allí le daré la primera clase.- le pedí a Juan.
- ¡¿En las cuadras?!, esta bien, se lo diré.- exclamó Juan muy extrañado.
- Gracias, amigo.- le agradecí, conforme subía las escaleras, dirigiéndome a mi alcoba para ir a descansar.
Cuando me desperté ya era media tarde, me desperté bien descansado y muy animado. Estaba preparado para darle clases a Carlos, aunque creo que no sería como Carlos se lo esperaba. Pero primero comería algo, lo cierto es que me levanté con mucho apetito, puesto que ya habían almorzado los demás, me dirigí a las cocinas para comer algo sin molestar a nadie. Comí algo ligerito, no quería sentirme pesado para las clases, tomé ensalada y algo de fruta, lo mismo que suele comer María.
Después de comer algo, abandoné las cocinas y me encaminé hacia las cuadras. Allí yo mismo le coloqué las sillas de montar a dos caballos, uno de ellos era Lucero Negro, y el otro era un potro mucho más joven, una replica exacta de Lucero Negro, que lo había preparado para Carlos. Apenas había acabado de hacer estos menesteres, cuando Carlos llegó a las cuadras.
- Buenas tardes, Padre.- me saludó detrás de mí.
- Buenas tardes, Hijo.- le devolví el saludo.
- Juan, me informó de que queríais verme aquí, tras las clases.- me dijo.
- Sí, esta va a ser la primera lección.- le repliqué, señalando a las monturas, ya preparadas.
- ¿Y esto que tiene que ver con tocar el piano?- preguntó Carlos muy extrañado.
- Antes de empezar a correr, tienes que aprender a caminar.- le respondí.
- No os entiendo, ¿qué queréis decir?- volvió a preguntar muy sorprendido.
- Todo a su tiempo.- le contesté.- Ahora montemos a caballo.
- Es un potro muy hermoso, se parece mucho a Lucero Negro.- señaló.
- Es normal, Lucero Negro es su padre.- le informé.- Es un regalo para ti.
- Para mí, es fantástico, ¿cual es su nombre?- preguntó Carlos muy contento.
- No tiene nombre aún, como es vuestro, es decisión vuestra ponerle un nombre.- le dije.- ¿como queréis llamarlo?
- Dejadme pensar un momento...- dijo Carlos, mientras se rascaba la cabeza, pensando.- al ser hijo de Lucero Negro, ¿que tal si lo llamamos Estrella Oscura?
- Si es vuestro gusto.- le dije.- lo cierto es, que ese nombre es de mi agrado.
Después de esto nos subimos a los caballos, y dimos un paseo. Era gracioso ver a Carlos montado en su caballo, se notaba que no tenía mucha experiencia, el pobre se manejaba muy torpe sobre la silla, y daba pequeños saltitos a cada paso que daba Estrella Oscura. Lo cierto es que verlo así me divertía, se le notaba que no lo estaba pasando muy bien, pero Carlos no se quejaba en absoluto, intentaba mantenerse firme sobre la silla de montar.
- ¿Estáis bien?- le pregunté.- ¿Parece que no estáis muy cómodo?
- Si, estoy bien.- me dijo con la voz entrecortada.
- Pues yo diría que no estáis muy bien.- le comenté.
- Esto es muy incomodo.- protestó Carlos.- Con tanto salto, ya me duele el trasero.
- ¿Nunca habíais montado antes?- le pregunté.
- No nunca.- me respondió algo apenado.- alguna vez en burro, pero nunca antes había montado en caballo.
- Se nota con solo veros.- le dije.- mantened la espalda recta y seguid el mismo ritmo que lleva el caballo.
- ¿Como?- preguntó.
- Siente el ritmo del caballo, su movimiento al caminar, y adaptáos a él.- le aconsejé.
- ¿Y como hago eso?- me preguntó muy impaciente.
- El movimiento del caballo y tu balanceo deben ir al mismo compás, debéis ir al mismo ritmo, como si fueseis uno solo.- le indiqué.
- Lo intentaré.- respondió Carlos, mientras sus movimientos mejoraron algo.
- ¿Y ahora que tal?- le pregunté.- ¿a que es mejor así?
- Pues sí que lo es.- dijo sonriendo.- es más cómodo, y el trasero así me duele menos.
- Seguro que con el tiempo y practicando duro, lo haréis genial, seréis un buen jinete.- le dije a Carlos.
- ¿De veras? Me encanta este caballo, y quisiera aprender a montar mucho mejor.- comentó Carlos.
- Puede que el día de mañana os enseñe equitación marcial.- le dije.
- Pero hay algo que no entiendo, ¿qué tiene que ver la equitación, con aprender a tocar el piano?- preguntó Carlos.
- Con el tiempo lo comprenderéis.- le respondí.
Estuvimos montando a caballo más o menos por una hora, y después de dejar a los caballos en las cuadras, de quitarles las sillas y de darles de comer, me decidí a enseñarle otra cosa. Entré en casa, mientras Carlos me esperaba en los jardines, y al cabo de unos minutos volví a salir con dos floretes sin punta.
- Carlos, tomad un florete.- le pedí, mientras se lo ofrecía.
- ¿Y ahora que es esto?, ¿me enseñaréis esgrima también?- me preguntó Carlos, el pobre no entendía nada.
- Sí, ahora os enseñaré esgrima.- le respondí.
- Pero esto es muy raro, ¿qué tiene que ver la esgrima con el piano?- preguntó algo fastidiado.
- Antes de empezar a correr,...- comencé a decir.
- Si, si, ya lo sé.- me interrumpió.- Tengo que aprender a caminar.
- Jajajaja..- me reí.- veis ya habéis aprendido algo hoy.
- Esta bien, vamos a aprender esgrima.- dijo resignado.
- Bien, empecemos.- comencé a decirle.- La esgrima es una arte de lucha, con arma blanca larga, por lo tanto es una lucha a corta distancia, es decir, cuerpo a cuerpo. En la esgrima se usan tres armas: el florete, la espada y el sable. Empezaremos con el florete que es más ligero y es el que nos conviene para nuestros propósitos. El florete tenéis que cogerlo de la misma manera que cogeríais a un pajarillo, si lo cogéis con mucha fuerza lo aplastaréis, pero si lo cogéis con poca fuerza se os escapará de las manos.
Al decirle estas palabras golpeé con mi florete, al florete que portaba Carlos, y este se le escapó de las manos y cayó al suelo.
- Lo siento.- se disculpó Carlos, a la vez que lo recogía del suelo.
- No os preocupéis, pero veis lo que os decía, hay que coger el florete muy bien.- le dije a Carlos.- Con la espada y el sable, la fuerza radica en muñeca y el brazo, pero esto no es así con el florete. En el uso del florete la fuerza radica en los dedos, al ser más ligero, y flexible, lo que se busca es la rapidez de movimientos, y movimientos muy precisos y exactos. Con el tiempo serás capaz de apagar una vela con la punta del florete, sin tocar esa vela.
- Eso parece muy difícil.- comentó Carlos.
- Solo es cuestión de práctica, como lo de montar a caballo.- le dije.- En poco tiempo llegarás a ser un gran tirador, serás un maestro de la esgrima, y también te enseñaré a usar la espada y el sable.
- ¿Aprenderé el uso de las tres armas?- preguntó Carlos con una sonrisa en la cara.
- Si, te enseñaré a usar las tres, pero empezaremos con el florete, cuando vayas mejorando con este y adquiriendo más fuerza pasaremos a la espada, y por último al sable.
- ¿Me ensañaréis también a usar armas de fuego?- me preguntó Carlos.
- Bueno, el uso de armas de fuego, no sé en que puede servir para el aprendizaje de como tocar el piano.- le dije.- pero si queréis aprender os enseñaré, pero cuando seáis más adulto.
- Bien, eso será genial.- comentó Carlos muy alegre.
- Pero paso a paso.- le dije.- primero aprenderéis el manejo del florete. Ponéos en posición, flexionad un poco las rodillas.
-¿Asi?- preguntó Carlos colocándose en frente de mí con el florete apuntándome muy alto.
- Colocáos un poco ladeado, así presentaréis menos blanco a vuestro contrincante.- le aclaré.- Bajad un poco el brazo derecho, de manera que el florete quede a la altura del pecho de vuestro oponente, y con el brazo izquierdo intentad mantener el equilibrio.
- ¿Lo estoy haciendo bien?- me preguntó Carlos, mientras se colocaba en la posición que le había aconsejado.
- Sí, así esta mucho mejor.- le dije a Carlos.- Y ahora, yo intentaré atacaros con movimientos lentos, a ver que tal os defendéis.
Y así fue como empecé a enseñarle a Carlos equitación y esgrima, ese fue el comienzo para que más adelante pudiera tocar el piano, pero antes de empezar a tocar las teclas de un piano, tenía que aprender unos principios básicos.
Me fijé que mientras yo le enseñaba esgrima a Carlos, Juan y María nos observaban sentados en uno de los bancos del jardín, mientras tenían una charla muy amigable. Tengo un presentimiento con estos dos, un buen presentimiento.

1 comentario:

MEINSÜNDE dijo...

VVayaa !!!! si es que el rrocee hace el cariño, Juan y María parece qquee hacen bbuenaa pareja, pperoo el tiempo nos lloo ddiráá, verdad ????

Me gusta como eellaa siempre ssee hace ppresentee ... es ttann sutil.

Que importante es mmantenerr la eespaldaa bien recta y lloss ddedoss ágiles ... yy nada mmejorr que hacerlo a través de esos deportes.

UUnn cap. eestupendoo ... como estupendo es el video !! ese ppianoo mecido por el ssonidoo de las olas del mmarr ... es iincreiblementee relajante tanto el sonido como la imagen ...
eess un precioso ddíaa nnubladoo.

Has aacertadoo en todo. EEsperaréé ...

Mi qqueridoo aamigoo, muchos bbesoss y un gran achuchón !!!!