¡La campana de la muerte golpea!
La montaña repite
El toque de los difuntos;
Mientras el monje oscuro
Cierra la capa sobre su frente,
Sentado en su solitaria celda.
Y la mano helada de la muerte
Enfría su aliento, se estremece,
Él consigna la balada temible
Que los fantasmas del cielo,
Al pasar desordenadamente,
Cantan al día que muere.
Ellos cantan sobre las horas
En las que el destino podía
Disolver a Rosa en arcilla.
Pero aquella hora es pasado;
Y esa hora fue el último jirón de paz
En el cerebro del monje oscuro.
Amargas lágrimas caen rápidas y silenciosas;
En vano intentó suprimirlas.
Estrelló su cruz de oro contra el suelo,
Cuando la campana de la muerte golpeó en su oído.
El placer está en su nicho
Para ella es la eternidad;
Para mí es el destino, el horror y el castigo.
Sus ojos rodaron desordenadamente,
Cuando golpeó la campana de la muerte,
Y él rugió en el infortunio.
Se retorció sobre la tierra,
Pero cuando el tañido se detuvo,
Fluyeron sus lágrimas otra vez.
Y el hielo de la desesperación
Congeló sus latidos salvajes,
Él sentado en muda agonía;
Hasta que las estrellas nocturnas brillaron,
Y luna pálida se durmió en la colina.
Entonces se arrodilló en su celda:
Y los horrores de infierno
Parecían placeres a su tormento,
Rezó a Dios para disolver el encantamiento
Que se demora en la eternidad.
En ferviente plegaria se hincó sobre la tierra,
Hasta que la campana de abadía golpeó:
Su sangre febril detuvo el temblor:
Y una voz hueca murmuró alrededor,
"¡El término de tu penitencia es hoy!"
La noche creció, oscura;
Brilló el ojo de la luna
Encerando las montañas altas;
Y, de la colina negra,
Brotó una voz fría y siniestra,
"¡Monje! Eres libre. Ya puedes morir."
Entonces atizó sus pies,
Y su corazón se estremeció,
Sus miembros se paralizaron de horror;
Mientras el rocío húmedo de la tumba
Sobre su frente pálida creció;
Al disponerse a dormir con los muertos.
Y la tormenta salvaje de la medianoche
Deliró en torno de su erguida silueta,
Buscó la penumbra de la iglesia:
Y la hierba hundida realmente suspiró
Al viento, triste y alto,
Mientras él buscaba la tumba nueva.
Formas siniestras y aladas,
Revolotearon a su alrededor,
Mezclando sus aullidos con el viento:
Y sobre la pared oscura
Las sombras entrevistas realmente cayeron
Como los horrores del pasado.
Y el demonio de la tormentá giró
Sobre aquella tumba nueva,
Y las sombras feroces la rodearon.
El Monje aulló al Señor por su alma,
Y presa del espanto se arrojó en la tierra.
La desesperación dominó su brazo
Para disipar el encanto,
Desgarró al medio el atúd de la monja.
Y la fiera tormenta realmente arreció,
Más fabulosa, y luego cayó
Al oír las penas del trueno.
Rió alegre la multitud diabólica,
Mezclada con la risa fría de los cadáveres;
Y sus alas espantosas, al flotar en la noche,
Murmuraron algo sobre un horror secreto.
Y el esqueleto de la Monja sudó,
Goteó con el rocío gélido de infierno.
En sus ojos licuefactos dos pálidas llamas aparecieron,
En triunfante destello fulminaron al Monje,
Mientras él aguardaba de pie en su celda.
Y su mano putrefacta acarició su cerebro;
Cada suspiro se desvanecía por el miedo.
"Nunca volveré a respirar;
La muerte termina mi angustioso dolor.
La tumba bosteza. Allí nos encontraremos."
Sus pulmones espectrales realmente exhalaron
Los sonidos solitarios del espanto,
Oscuras vibraciones se estiraron sobre la tierra;
Y como las notas severas que flotan en el desierto,
Un gemido profundo respondió desde el infierno.
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