jueves, 4 de agosto de 2011

EL LECHO DE MUERTE, DE THOMAS HOOD.

Observamos su respiración a través de la noche,
Su aliento suave y apagado,
Mientras el mar de la vida, agotado,
En su pecho se mecía sin descanso.

Tan silenciosamente parecíamos hablar,
¡Tan furtivos nos trasladábamos!
Mientras toda nuestra atención volcábamos
A estirar su vida por un rato.

Y esa misma esperanza refutó nuestros miedos,
Miedos refutados por nuestra esperanza,
Pensamos que moría al dormir
Y que dormía cuando estaba muerta.

Débil y triste el alba comenzó a aparecer,
Helándonos con su rocío cerrado,
Sus ojos tranquilos por fin descansaron,
Despertando a otro amanecer
.

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