Los caminos rurales son amarillos y pobres.
Recorremos las calles de la ciudad de Londres.
Nunca pasan los carruajes,
Nunca un carro vemos a pasar.
Un silencio indeseado roba
El sonido de las ruedas que giran.
Rápido muere el día de otoño,
Y el trabajador desanda su camino,
Emerge del vacío vespertino,
Una pequeña isla de soledad,
Alumbrado, quebrando la noche sonámbula
Por la luz de una minúscula lámpara.
Joyas de la oscuridad tenemos,
Más brillantes que la luciérnaga.
Sobre la tierra embotada son lanzados
Topacios, y destellos de rubí
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