¡Maestro de las Cortes Suspirantes,
dónde se conjuran las formas del sueño!
¡Escuchad! Mi espíritu exhorta
todos los poderes de tu feudo
en auxilio de mi Dama.
¿Qué respondes, oculto y altivo
Señor de las Cortes Invisibles?
Vaporosos, inabarcables,
las Tierras del Sueño yacen en despojos de luz,
vacías como cáscaras de aire.
¡De mis fantasías se me permite
elegir un sueño y guiar su vuelo!
Conozco bien (y te conozco, doncella)
lo que tus sueños deben decirte esta noche.
Allí los sueños son multitudes:
algunos no esperarán hasta dormirse,
profundo en el bosque de agosto;
alguien mientras descansa tal vez
caiga en el letargo del labor;
interludios,
algunos, con gravedad han de llorar.
Allí residen todas las fantasías de los poetas:
las damas élficas bailan entre alados valles,
ahogados en ráfagas lastimeras;
allí se percibe el perfume, allí en círculos
gira la espuma desconcertada de los manantiales;
sirenas,
vientos mareados sobre sus cabellos, cantando.
Un sólo sueño nupcial ha sido soñado en común,
pobre éxtasis de la vigilia;
visiones esquivas que hacen gemir
al solitario en su cuarto natal;
y que nosotros apenas vemos
a través de los postigos de la muerte,
desconocidas.
Pero en mi propio dormir, yace
en una agradable forma plácida,
radiante en sus ojos honorables,
lámparas de su alma traslúcida:
su mirada es el bien más amado,
dulce y sabia,
dónde el amor define su centro.
Me fue arrebatada, mis sueños persisten
en un trance pegajoso, y el cielo teme:
cambiando senderos y caídas
en un fétido refugio cercano,
miserables fantasmas que suspiran;
temblando en sus cofres,
mientras el funeral pasa de largo.
Maestro, se dice con verdad que,
así como los ecos de las palabras
traicionan sus secretos en las hendiduras,
los cuerpos de los hombres viajan
como sombras por playas sumergidas.
¿Son la esencia o la sombra
las que habitan en aquellos salones?
¡Ah! Yo podría, por vuestra inmensa gracia
que custodia la escalera del viento,
(la oscuridad y el aliento del espacio
como aguas inciertas cubriendo todo)
encontrar allí mi propia imagen,
cara a cara,
y desde allí hasta donde sea que ella esté.
No, yo no. Pero tu, Maestro,
en tu Reino de Sombras,
convocad mi fantasma en esta hora:
ofrecedme el sufrimiento del encuentro,
el placer de su rostro delicado,
y que su frente
sienta mi aliento perdido como una brisa suave.
Dónde se cultiva, la grácil primavera tiembla
en una silenciosa plegaria,
íntima fuerza creciente,
el agua y la voz del viento son una,
y comparten los ecos del sol.
maestro, gentil como la primavera,
dadme el canto y el lamento.
El canto dirá cuan alegre y fuerte
es la noche en donde ella sueña,
el lamento será la tristeza aferrada a los labios,
la pena descarnada del día:
serán como las melodías de la marea,
lamento y canción,
heraldos fríos que anhelan el verano.
No serán las plegarias de los que abandonan,
de los que eligen la pena sobre la fuente del amor,
no serán elogios por los dones del mundo,
suspirados con exagerada ternura,
dejad que llegue hasta ella con mi amor,
que el dolor sea sólo mío, y en ella: recuerdo.
Donde sea que mis sueños caigan,
en la noche o en el día (dejad que le diga)
siempre vivirás en el reluctante círculo
de los ángeles, en las horas de la calma.
Descorazonada, sin esperanzas en tu camino,
descansa y convócame:
en mis ojos tu mirada siempre podrá soñar.
Si, este es mi amor vanidoso,
vertido en una frágil canción
de esperanza y horror.
Tu eres el Amor,
y yo sólo anhelo un acorde
que agite tus sueños,
busco tus ojos de acero,
tus ojos de abismo.
Oh, Maestro, de rodillas os imploro:
¡Dejad que ella vuelva a sonreír!
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