Un ciervo asustado, bajo el gris azulado de la noche,
reposa más allá de los oscuros pinos.
Detrás -a la distancia de una lámpara-
la flecha del cazador brilla:
Sus botas están manchadas de rojo,
las ve mientras se inclina sobre el terreno,
y desde los picos escondidos su odio vuela,
la pluma azul alza su cabeza en la niebla,
¡bien podría huir de la furtiva noche!
La pálida, pálida luna, un delicado copo de nieve,
corta los flancos de su refugio:
Derribando las estrellas que pasan,
Como el tañido silencioso de una campana de madera.
El viento levanta las hojas del suelo,
Silbando en el temblor de las cañas;
Su ronco palpitar agita el bosque,
Con gran clamor sobre la pista del acechado.
¡Rápido, rápido huye el oscuro ciervo!
¡Lejos! Bajo el copo delicado, muy lejos,
Yace herido sobre la llanura:
Su grito viaja en el viento nocturno,
sus espesas lágrimas caen con la lluvia;
como lirios pálidos, las nubes crecen blancas
sobre el sendero umbrío;
en su desnudo nido en las alturas,
el águila de ojos rojos lo contempla;
él se tambalea, se debate, tiembla en la noche.
¡El oscuro ciervo se funde con la bahía!
Sus pies caminan en las olas del espacio;
sus astas suben y bajan en la sombra,
ya no huye, tuerce su rostro aterciopelado
hacia el cazador, el Sol;
él sella los lirios brumosos, y en lo alto
sus cuernos llenan el oeste.
La cigüeña navega a través del cielo,
los picos lloran al verlo morir,
el viento se detuvo en su pecho.
El rugido del lago quiebra las olas
sumergiendo sus guerreros de plata;
como la bóveda de una cueva de cristal
el duro, fiero Muskallunge,
deslumbra la costa con rojos destellos,
los caídos fuegos del concilio se encienden;
el avetoro regaña en el aire,
el pato salvaje se zambulle donde
las espigas famélicas descansan.
Rayo tras rayo el sol desaparece;
abandonando la costilla roja del ciervo,
su pecho, almohada viva del viento, sangra;
él tropieza sobre la marea,
siente las hambrientas olas del espacio
rugiendo en la cima del mundo.
Los blancos copos cubren su rostro,
Más rápidos que el sol en su feroz carrera,
perforando su corazón cálido.
Sus astas caen, una vez más olfatea
la espuma de los sabuesos del día;
la sangre sobre su crin azul se quema,
tiñendo de rojo la alfombra de flores;
los cuernos hieren las olas -llorando,
el viento en su pecho se demora-
él se hunde en el espacio, rojo resplandece el cielo,
La tierra húmeda se torna púrpura mientras muere:
El fuerte y oscuro ciervo.
Detrás -a la distancia de una lámpara-
la flecha del cazador brilla:
Sus botas están manchadas de rojo,
las ve mientras se inclina sobre el terreno,
y desde los picos escondidos su odio vuela,
la pluma azul alza su cabeza en la niebla,
¡bien podría huir de la furtiva noche!
La pálida, pálida luna, un delicado copo de nieve,
corta los flancos de su refugio:
Derribando las estrellas que pasan,
Como el tañido silencioso de una campana de madera.
El viento levanta las hojas del suelo,
Silbando en el temblor de las cañas;
Su ronco palpitar agita el bosque,
Con gran clamor sobre la pista del acechado.
¡Rápido, rápido huye el oscuro ciervo!
¡Lejos! Bajo el copo delicado, muy lejos,
Yace herido sobre la llanura:
Su grito viaja en el viento nocturno,
sus espesas lágrimas caen con la lluvia;
como lirios pálidos, las nubes crecen blancas
sobre el sendero umbrío;
en su desnudo nido en las alturas,
el águila de ojos rojos lo contempla;
él se tambalea, se debate, tiembla en la noche.
¡El oscuro ciervo se funde con la bahía!
Sus pies caminan en las olas del espacio;
sus astas suben y bajan en la sombra,
ya no huye, tuerce su rostro aterciopelado
hacia el cazador, el Sol;
él sella los lirios brumosos, y en lo alto
sus cuernos llenan el oeste.
La cigüeña navega a través del cielo,
los picos lloran al verlo morir,
el viento se detuvo en su pecho.
El rugido del lago quiebra las olas
sumergiendo sus guerreros de plata;
como la bóveda de una cueva de cristal
el duro, fiero Muskallunge,
deslumbra la costa con rojos destellos,
los caídos fuegos del concilio se encienden;
el avetoro regaña en el aire,
el pato salvaje se zambulle donde
las espigas famélicas descansan.
Rayo tras rayo el sol desaparece;
abandonando la costilla roja del ciervo,
su pecho, almohada viva del viento, sangra;
él tropieza sobre la marea,
siente las hambrientas olas del espacio
rugiendo en la cima del mundo.
Los blancos copos cubren su rostro,
Más rápidos que el sol en su feroz carrera,
perforando su corazón cálido.
Sus astas caen, una vez más olfatea
la espuma de los sabuesos del día;
la sangre sobre su crin azul se quema,
tiñendo de rojo la alfombra de flores;
los cuernos hieren las olas -llorando,
el viento en su pecho se demora-
él se hunde en el espacio, rojo resplandece el cielo,
La tierra húmeda se torna púrpura mientras muere:
El fuerte y oscuro ciervo.
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