En un cierto Estado de un cierto Reino, vivía un viejo con su vieja; tenían ellos una hija: Marussia. En aquel país era costumbre festejar a san Andrés apóstol: las mozas se reúnen en una isba, cuecen docetas al horno y se divierten toda la semana, a veces aún más. Y he aquí que se aguarda esa fiesta; las mozas se reunieron, prepararon y cocinaron lo necesario: a la noche llegaron los mozos con los pífanos, trajeron vino, ¡y comenzaron las danzas, los divertimentos, la zambra! Todas las mozas bailan bien, pero Marussia mejor que todas.
Algún tiempo después entró en la isba un joven, ¡una verdadera maravilla! ¡Un cutis de leche y rosa! Bien vestido, acicalado. “¡Salud, bellas mozas!”, dice. “¡Salud, bravo joven!” “¡Buena diversión!” “¡Si nos quieres favorecer, diviértete con nosotros!” En seguida sacó él una bolsita repleta de oro, mandó a comprar vino, nueces, pan de especias. En un instante todo estuvo pronto; comenzó él a ofrecer a las mozas y a los mozos, todo lo distribuyó. Luego se puso a bailar: ¡era delicioso contemplarle! Marussia le agradó más que cualquiera, siempre estaba a su lado.
Vino el momento de volverse cada uno a su casa. Dice el joven. “Ven, Marussia, acompáñame abajo”. Salió ella a acompañarle, él dice: “¡Marussia, corazoncito! ¿Quieres ser mi mujer?” “” Si me quieres, yo soy feliz. Pero tú ¿de dónde eres?” “Soy de cierto lugar, trabajo como empleado de un comerciante” Aquí se dijeron adiós y cada uno se fue por su camino. Marussia volvió a su casa, la madre le pregunta: “¿Te has divertido, hija mía?” “¡Mucho, mamita!” y quiero darte una alegría: estaba allí un buen joven venido de afuera, hermoso y colmado de monedas; ha prometido desposarme. “Escucha, Marussia: mañana, cuando vayas con las mozas, lleva contigo un ovillo de hilo: cuando le acompañes a la cancela, átaselo con un nudito a un botín, y suelta despacio el ovillo, que luego siguiendo el hilo sabrás dónde vive”.
Al día siguiente Marussia fue a la fiesta y llevó consigo el ovillo de hilo. Llega de nuevo el bravo joven: “¡Salud, Marussia!” “Salud.” Comenzaron los juegos, las danzas; él se pega siempre más a Marussia, no se aleja un paso. Es hora de volver a casa. “¡Acompáñame, Marussia!”, dice el huésped. Ella fue al camino, comenzó a saludarle, y despacito le ató el nudo al botón; se va él por el camino, y ella firme desenrolla el ovillo: lo desenrolla todo y luego corre a ver dónde vivía su prometido. Al principio el hilo seguía el camino, luego se tendió a través de una empalizada en medio de las fosas conduciendo a Marussia derecho a la iglesia, a su portal grande. Marussia prueba; el portal está cerrado, da la vuelta a la iglesia, encontró una escalera, la apoyó en una ventana y encaramose a mirar lo que sucedía ahí dentro. Sube, mira: su prometido está sobre el ataúd, comiéndose al muerto; aquella noche un cadáver estaba expuesto en la iglesia. Ella quiso bajar despacito por la escalera, pero por el miedo no puso atención y dio un golpe; huyó a su casa, le parecía ser perseguida; ¡llegó media muerta!
Por la mañana la madre le pregunta: “Bueno, Marussia, ¿has visto al joven? “¡Sí, mamita!” Pero no cuenta lo que ha visto. En su casa Marussia está dubitativa: ¿debe ir a la fiesta, o no? “Ve”, dice la madre, “¡diviértete mientras seas joven!” Ella va a la fiesta, y allí está el maligno. Reanudan los juegos, la risa, las danzas; ¡las mozas no se dan cuenta de nada! Cuando empiezan a dispersarse hacia sus casas, dice el maligno: “¡Marussia! Ven, acompáñame” ella no va, tiene miedo. Entonces todas las mozas se precipitan sobre ella: “¿Qué te sucede? ¿Acaso tienes vergüenza? ¡Ve, acompaña al bravo joven!” no había nada que hacer, fue: ¡sea lo que Dios quiera! Apenas salidos al camino, él le pregunta: “¿Estuviste ayer en la iglesia?” “¡No!” “¡Bien, mañana morirá tu padre!” Dijo, y desapareció.
Marussia llegó a su casa triste y afligida; a la mañana se despertó: su padre yace muerto. Lloraron por él, y lo pusieron en el ataúd; a la noche la madre se fue a lo del pope, y Marussia quedose en casa; tiene miedo de estar sola. “¡Iré a lo de mis amigas!”, piensa. Llega y el maligno allí está. “¡Salud, Marussia! ¿Por qué estás triste?”, le preguntan las mozas. “¿Cómo quieres que esté alegre? Ha muerto mi padre” “¡Oh, pobrecita!” todas se afligen por ella; él también se aflige, el maldito, como si no fuera obra suya. Comienzan a saludarse, ha dispersarse hacia sus casas. “Marussia”, dice él, “acompáñame”. Ella no quiere. “Vamos, anda, pequeña, ¿qué temes?” ¡Acompáñale!, insisten las mozas. Fue a acompañarle, salen al camino. “Dime, Marussia, estuviste en la iglesia” “¡No!” “¿Has visto lo que hacía?” “¡No!” “Bien, ¡mañana morirá tu madre!” Dijo y desapareció.
Marussia regresa a su casa aún más desolada; pasó la noche; a la mañana se despertó: la madre yacía muerta. Todo el día llora ella; y he aquí que el sol tramontó; a su alrededor comenzó a observar; Marussia tiene miedo de estar sola; fue a lo de las amigas. “¡Salud! ¿Qué te sucede? ¡Tienes una cara espectral!”, dicen las mozas. “¿Cómo queréis que esté alegre? Ayer murió mi padre, hoy mi madre.” “¡Pobrecita, desdichada!”, la compadecen todas. Llega el momento de decirse adiós. “Marussia, acompáñame”, dice el maligno. Salió a acompañarle. “Dime, ¿estuviste en la iglesia?” “¡No!” “¿Y has visto lo que hacía?” “¡No!” “Bien, ¡mañana por la noche morirás tú misma!” Marussia pasó la noche con las amigas, a la mañana despertó, y piensa: ¿qué hacer? Se acordó que tenía una abuela vieja archivieja, ciega de tan decrépita que era. “Iré a pedirle consejo a ella”.
Fue a lo de la abuela. “¡Salud, abuelita!” “¡Salud, nietita! ¿Cómo estás? ¿Cómo estan tu padre y tu madre?” “¡Han muerto, abuelita!”, y le contó todo lo que había sucedido. La vieja la escucha, luego dice: “¡Ah, pobrecita! Ve pronto a lo del pope, pídele que si tú mueres, cave un hoyo a través del umbral, y que te saque de la isba no por la puerta sino a través de ese agujero; y pídele también que te entierren en un cuadrivio, allí donde se cruzan los caminos.” Marussia fue a lo del pope, y llorando cálidas lágrimas le pide que haga todo como la abuela le instruyera; regresó a su casa, compró el ataúd, se tendió en él, y enseguida murió. Y he aquí que se lo hicieron saber al sacerdote; él enterró primero al padre y a la madre de Marussia, y luego también a ella. La sacaron por debajo del umbral, y la enterraron en un cuadrivio.
Pronto le sucede al hijo de un boyardo pasar junto a la tumba de Marussia; mira: sobre la tumba crece una florecilla maravillosa, como él no había nunca visto. Dice el señor a su siervo: “Ve y toma esa flor con toda la raíz; la llevaremos a casa y la plantaremos en un tiesto: ¡así florecerá para nosotros!”. Recogieron la flor, y se la llevaron a su casa, la plantaron en un tiesto de terracota y la pusieron en la ventana. La florecilla comenzó a crecer, a hacerse hermosa. Una noche que el siervo no podía dormir, miró hacia la ventana y vio una cosa milagrosa: de improviso la florecilla comenzó a oscilar, cayó del tallo, fue a dar al suelo y convirtiose en una bella moza; ¡la florecilla era bella, pero la moza aún más! Entró ella en el aposento, se procuró de beber y comer, saciose el hambre y la sed, se echo al piso, tomó a ser una florecilla como antes, se encarnó a la ventana y se volvió al tallo.
Al día siguiente el siervo contó a su amo el milagro que había visto durante la noche. “Ah, hermano, ¿por qué no me despertaste? Esta noche haremos guardia los dos”. Baja la noche, ellos no duermen: aguardan. A las doce en punto la florecilla comenzó a moverse, a sacudirse de uno a otro lado, cayó luego a tierra, y apareció una bella moza, se buscó de beber y comer, sentose y cenó. Corrió el amo, la tomó de las blancas manos y la llevó a su cámara; no termina de contentarse de mirarla, de contemplar cuán bella es. A la mañana, dice al padre y a la madre: “Permitidme casar; he encontrado una novia”. Los progenitores dieron el consentimiento. Dice Marussia: “Me casaré contigo, pero con un pacto: no ir a la iglesia durante cuatro años”, “¡Está bien!”.
Y he aquí que se desposaron; vivieron juntos un año y dos, y engendraron un hijo. Una vez llegaron a su casa unos huéspedes; hubo diversión, bebieron, y comenzaron a vanagloriarse de sus mujeres, uno la tenía hermosa, otro más aún. “Sea como querráis”, dice el amo, “¡pero más bella que mi mujer en el mundo no hay!” “¡Es bella, sí, pero no está bautizada!”, responden los huéspedes. “¿Por qué lo decís?” “Sí, no va a la iglesia”. Ese discurrir pareció ofender al marido; esperó el domingo y ordenó a la mujer vestirse para la misa. “¡No quiero!”. “¡Arréglate en seguida!” Se prepararon y fueron a la iglesia: el marido entra, y no ve nada, pero ella observó: en la ventana estaba el maligno. “¡Ah, con que estáis aquí! Recuerda las cosas pasadas: ¿fuiste a la iglesia aquella noche?”. “¡No!” “¡Bueno, mañana se te morirán hijo y marido!”.
Marussia corrió derecho de la iglesia a la casa de su vieja abuela. Ella le dio una botella de agua bendita y otra de agua de vida, y le dijo cómo obrar. Al día siguiente se le murieron marido e hijo a Marussia; y el maligno llega y le pregunta. “Dime, ¿estuviste en la iglesia?” “Sí”. “¿Y viste lo que hice?” “¡Te comiste el muerto!” dijo, pero como le roció por encima el agua bendita, aquel se deshizo en polvo. Luego roció el agua de vida sobre el marido y el hijo, y en seguida resucitaron; y desde entonces no conocieron dolores ni separaciones, sino que vivieron juntos, por largo tiempo y dichosos.
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