Saludos, agradable y suave Soledad,
compañera de los piadosos y sabios;
de cuyo sagrado y penetrante ojo
huyen los tontos, manadas de villanos.
¡Ah! Cómo adoro caminar a tu lado,
y escuchar tus palabras susurradas,
impartiendo verdad e inocencia
en todos los corazones obstinados.
Mil formas puedes adoptar con facilidad,
y en cada forma otorgas tu bondad.
Ahora envuelta en algún sueño misterioso,
tomas la silueta de un solitario filósofo;
ahora vuelas rápido de la colina al valle,
y barres el firmamento estrellado;
luego en un pastor asolas la planicie,
murmurando adelante en la tensa corriente;
ahora en un amante, con toda la gracia
de tu dulce pasión en el rostro,
entonces, calmada en la amistad, asumes
la mirada apacible de la flor de Hertford,
como con su Musidora, ella yace
(su Musidora que te ama)
entre el largo claro retirado,
despertando al beligerante ruiseñor.
Tuyo es el aliento balsámico de la mañana,
tal como se inclina el rocío que nace;
y mientras golpean los fervores del meridiano,
tuya es la retirada muda del bosque;
pero cuando las escenas del ocaso decaen,
y la ilusión de las landas se desvanece,
tuya es la suavidad dudosa que declina,
y la hora mejor para tu reflexión sombría.
Descienden los ángeles para bendecir tu paso,
las virtudes del prudente y del sabio;
la inocencia simple se viste de blanco,
antes de que alces tu cabeza intrépida,
los rayos de la fe brillan a tu alrededor,
y aclaman tu penumbra con luz divina,
sobre tu ser la libertad flota ligera,
y la absorta Urania canta para ti.
¡Oh, deja que penetre tu celda secreta!
¡Deja que habite en tu morada profunda!
Quizás en la colina adornada de robles,
cuando la meditación la arrebate,
pueda yo reposar mis descuidados ojos
donde crecen las torres espigadas de Londres;
pensar en sus crímenes, sus cuidados, su dolor,
y luego ocultarme en tus bosques otra vez.
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